












Entonces Yahveh Dios dijo a la
serpiente:
“Por haber hecho esto,
maldita seas entre todas las
bestias
y entre todos los animales del
campo.
Sobre tu vientre caminarás,
y polvo comerás todo los días de tu
vida”.
(Gén.3,14)
Dios
no nos maldijo a nosotros, maldijo a la
serpiente,
al demonio. Y a nosotros nos hizo ver en la situación de
maldición en la que habíamos caído, como veremos a
continuación. El demonio quiso hacernos creer que podíamos
vivir tanto en el bien como en el mal, que ambos podían
mezclarse.
Y Dios nos
trajo la Luz haciéndonos ver que no puede coexistir la Luz
con las tinieblas (2Cor.6,14). Y nos lo hace saber
decretando una separación radical entre ambas. Ésa es la
maldición a la
serpiente; pero no a la
serpiente,
sino al demonio al que simboliza.
La
serpiente aún no había sido creada, y se nos
muestra como símbolo porque Dios creó luego este animal con
las características necesarias para que entendamos la
actitud del demonio, y conociéndola estemos alerta, como
cuando alguien se adentra en una selva y pone en marcha
todas las precauciones para descubrir si hay
alguna serpiente
cercana, o algún peligro.
El demonio no
tiene poder sobre nosotros, no está sobre nosotros, se
arrastra sobre su
vientre:
Sobre
tu vientre caminarás.
Está
a ras del suelo, sobre lo que comió cuando comió su propia
condenación; sobre sí mismo se arrastra. No tiene poder
sobre ninguno de nosotros, está al nivel más bajo, a nivel
del suelo de donde puede procurarse su alimento, pues Dios
le dijo:
Polvo comerás todos los días de tu vida.
El significado
de este alimento que puede procurarse la serpiente, lo
veremos luego en la creación del hombre, cuando Dios le dice
que es “polvo y al polvo volverá”. Ahí se refiere a lo que
somos nosotros por nosotros mismos si no resucitamos del
pecado, se refiere a la condición pecadora de nuestra
humanidad. Si vivimos sólo nuestra condición de hombre y no
en el espíritu (o como dicen las Escrituras, si vivimos en
la carne y no en el espíritu) servimos de “alimento” a
la serpiente,
al demonio.
Pero Dios nos
protege y nos cuida interponiendo entre la serpiente y
nosotros, a Cristo nuestro Salvador. Y así lo promete y nos
lo revela, nos lo hace saber anunciando la promesa de la
redención.

Entonces Yahveh Dios dijo a la
serpiente:
“Enemistad pondré entre ti y la
mujer,
y entre tu linaje y su linaje:
Él te pisará la cabeza
mientras acechas tú su calcañar”.
A la mujer le dijo:
“Tantas haré tus fatigas
cuantos sean tus embarazos:
con dolor parirás tus hijos.
Hacia tu marido irá tu apetencia
y él te dominará”.
(Gén.3,14-16)
Enemistad pondré entre ti y la mujer.
La
palabra mujer
tiene un significado en el orden natural cuando se refiere a
la mujer
pecadora, y un significado simbólico porque en el orden
espiritual se refiere a la Iglesia.
Para distinguir
mejor lo que este tema nos quiere hacer ver en el orden
espiritual, llamamos
Mujer (con mayúscula) a la Iglesia.
La
Mujer, es la Vida en Dios,
cuando el Cristo vivo se gesta en cada uno, que nos da Vida,
fuerza, fortaleza y nos lleva a la Victoria sobre las
tinieblas en las que el enemigo nos hizo caer. Y así cada
uno es iglesia.
Dios
empieza a poner orden separando lo bueno de lo malo, lo
bendito que viene de Él, de lo maldito que viene del
demonio. Ésa es la
enemistad que declara Dios entre la
serpiente y la
Mujer. Pero no sólo entre ambos, entre
la Mujer y
el demonio, sino además entre sus descendencias.
Y entre tu
linaje y su linaje
El
linaje de Cristo
que nos ha rescatado, que son todos los que lo siguen, el
pueblo de Dios, aquí simbolizado en la
Mujer,
la Iglesia, y el
linaje de la
serpiente que lo
forman el demonio y sus seguidores.
Pone nuestro
Dios una separación radical de forma que los que sigan a
Cristo, para permanecer en Él, no han de participar en las
obras de maldad que el demonio pretende. Y los que
participan en las obras de maldad a las que el demonio
induce, estarán en contra de Cristo. “El que no está conmigo
está en contra de mí”, son las palabras de Jesucristo
(Mt.12,30).
El propósito de Dios es que a
través de Cristo, sea toda la humanidad una en Él.
Todos habíamos
pactado una alianza de pecado, y Dios hace una alianza
superior con el hombre ofreciéndose a sí mismo. Y Cristo
vence al pecado y a la Muerte y nos rescata a nosotros.
El demonio
ofrecía mentiras, Dios se ofrece a sí mismo para
rescatarnos.
Habíamos
perdido la Vida y Cristo se hace Vida en cada uno, habitando
en nosotros por su Espíritu Santo, porque nos ha hecho
templos suyos, a los que creen en su nombre (Jn.1,12).
Así cada uno puede ser templo,
iglesia, si vive en Cristo, nuestro Salvador, que nos
levanta hacia Él. Y la
serpiente
sólo podrá acecharnos a la altura del
calcañar.
Porque antes de
que nos sobrevinieran todos los males como consecuencia de
nuestro pecado, Dios Padre creador se adelanta y decreta la
promesa: la resurrección por medio de Jesucristo, nuestro
Salvador, nuestro Señor, la Luz del mundo.
Y es así como nace un pueblo
nuevo, desde cada uno que resucita de las tinieblas a la
Luz, a la Vida nueva. Ése es el pueblo de Dios, el pueblo
elegido, la Iglesia. Así estaba también
profetizado:
“Antes de tener dolores dio a Luz,
antes de llegarle el parto dio a Luz Varón.
¿Quién oyó tal?
¿Quién vio cosa semejante?
¿Es dado a Luz un país en un solo día?
¿O nace un pueblo de una sola vez?
Pues bien: Tuvo dolores
y dio a Luz Sión a sus hijos”.
(Is.66,7-8)
Esto lo veremos
ampliado en el tema V cuando, después de nuestro pecado, el
Espíritu de Dios se adelanta para protegernos, antes de que
nos sobrevinieran todos los males. Y las últimas palabras de
este salmo: “Tuvo dolores y dio a Luz Sión a sus hijos”, nos
dicen que Jesucristo sufrió los dolores para resucitarnos,
y que nosotros para llegar al “monte Sión”, también
sufrimos dolores en esta lucha por permanecer en Cristo y
así ser salvados por Él.
La situación de
esta humanidad cambió desde el mismo instante de la promesa:
Él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar”.
Y la promesa es
la Palabra que llegó a nosotros, porque la Palabra se hizo
carne en Jesús,
la Luz del mundo:
La Palabra es la Luz verdadera,
que con su venida a este mundo
ilumina a todo hombre.
Estaba en el mundo.
El mundo fue hecho por ella
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la reciben
les dio el poder de ser hijos de Dios…
Y la Palabra
se hizo carne, y habitó entre nosotros,
y nosotros hemos visto su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo Único
lleno de gracia y Verdad.
(Jn.1,9…14)
Ya no se
quedaría la humanidad anclada en el pecado, sino que nace un
pueblo redimido (la
Mujer) la Iglesia, el pueblo de Dios, para todos
los que se acojan a la promesa. En este versículo se muestra
la misericordia infinita de Dios anunciando la redención por
medio de Cristo, desde el primer momento. Cristo, es el
vencedor. Y todo el que viva en Él vence en esta lucha,
llega victorioso a la meta final (Ap.6,2).
No hemos
quedado abandonados en las tinieblas sino que Dios promete
desde aquel primer
a Cristo, la Luz del mundo, porque viéndolo a Él,
vivimos en Él el Camino que nos lleva de regreso a la unión
eterna con el Padre, más allá del jardín de Edén.
Dios sigue
respetando la libertad y muchos no se acogerán a la promesa
de la redención. Pero sí seremos salvados todos los que
vivamos en Él, pues siempre nos responde.
Por esto,
cuando en los versículos siguientes Dios comunica al
hombre
y a la
mujer la maldición que les ha sobrevenido por su
desobediencia, nos está advirtiendo de la lucha que hemos de
afrontar para seguir a Cristo y no dejarnos vencer por las
tinieblas que voluntariamente habíamos escogido porque
queríamos conocer también el mal.

A la mujer le dijo:
“Tantas haré tus fatigas
cuantos sean tus embarazos:
con dolor parirás tus hijos.
Hacia tu marido irá tu apetencia
y él te dominará”.
(Gén.3,16)
Todo
cuanto Dios creó en nosotros y nuestro entorno, nos sirve
para que nos percatemos de nuestra realidad: para que veamos
quiénes somos realmente, y qué somos hoy. Nos sirve cada
cosa y los seres creados, como símbolo, para que desde
nuestro estado y a través de nuestro ámbito natural,
entendamos nuestra realidad espiritual, la verdad de nuestra
auténtica realidad, porque somos seres espirituales que por
la gracia de Dios estamos, como viajeros en tránsito, hacia
la gloria que Dios nos tiene preparada. Y nos lleva en los
brazos de Cristo (Gén.2,13), como se dice en el segundo país
al que lleva el segundo río que sale del jardín de Edén.
La palabra
mujer,
como ya hemos visto, nos hace ver esta doble realidad:
la mujer
pecadora con las consecuencias del pecado, y la
Mujer
fruto de la misericordia de Dios, que es la Iglesia.
La Iglesia, como pueblo de Dios, como humanidad levantada
hacia Dios, y la iglesia, referida a cada uno de nosotros
cuando somos en Cristo.
En esta lucha en la que hoy
estamos, se dan las dos realidades, tanto
la mujer pecadora,
(la humanidad pecadora) como
la
Mujer, la Iglesia. Aquí nos vamos a ceñir a la
realidad espiritual, a la
Mujer, a la Iglesia. Así habla Dios a la
Mujer y la
mujer.
Tantas haré
tus fatigas, cuantos sean tus embarazos.
Para salir de
las tinieblas a la Luz, para “concebir” a Cristo en
nosotros, hemos de afrontar luchas interiores y con el
exterior (Ap.12) porque el enemigo trata de dañarnos para
abortar la gestación de Cristo en nosotros, e impedir que
sea la Luz en todos:
Con dolor parirás tus hijos.
En el orden
natural, corresponde a la
mujer
ser cauce para traer a este estado,
y dar a luz con dolor porque dolor produjo en los que
invitó a pecar y cayeron en las tinieblas. Y en el orden
espiritual, considerando que somos iglesia, cuando superamos
los ataques del maligno triunfa Cristo en nosotros, y los
demás ven la Luz, igual que cuando una mujer da a luz un
hijo los demás ven al hijo y se recrean en él. Así la Luz de
Cristo que emana de nosotros, es vista por otros. Eso es lo
que nos ha dicho: que seamos testigos de Él (Hc.1,8). Ésta
es la imagen de la Iglesia de Cristo en general: sufre para
llevar la Luz a los demás.
Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará.
No dice hacia
el hombre irá tu
apetencia (porque hombre es la humanidad)
sino hacia tu
marido. El marido representa a la otra
parte que con la mujer pactó
aceptar el pecado.
Como es obvio
que todos conocemos nuestra realidad natural, hablamos de lo
que el Señor quiere hacernos ver para levantarnos y seamos
cada uno iglesia, e Iglesia todos unidos como hermanos.
La
mujer inició con la desobediencia la separación de la
Vida en Dios. Y Dios usa al varón como instrumento, para que
sea levantado el pueblo de Dios hacia Él. Y así es Cristo el
que se encarna tomando naturaleza humana de Varón para
rescatarnos de la maldición en la que habíamos caído. Él,
Jesucristo, Varón de dolores (Is.53,3), el Cordero
degollado, el único digno de abrir los sellos (Ap.5,15) el
que tiene en su mano el Libro de la Vida (Ap.5,1).
Él llama a cada
una de nuestras almas como a su esposa (Cant.4,8), y al
final se nos anuncia “las bodas del Cordero” y que su esposa
se ha engalanado con lino deslumbrante. Esposa es
la Mujer,
toda alma purificada, y es todo el pueblo rescatado
de las tinieblas (Ap.19,7).
Así se nos hace
ver, que mientras la
mujer
cuando pecó
pactó con el varón un pacto de pecado que nos encaminaba a la Muerte,
Dios hace con nosotros un pacto de salvación por el que
todos podemos ser rescatados.
Y lo hace enviando a su Hijo,
Jesús, nuestro Salvador. Él es el Varón de este pacto. Para
ello hemos de ser guiados por Cristo que se nos muestra como
el Varón, “como un Hijo de hombre” (Ap.1,13).
Y la
Mujer
es cada uno de nosotros cuando somos iglesia, templo en el
que Cristo habita; para ello Dios ha puesto en nuestro ser
la apetencia,
el anhelo hacia
Jesucristo, hacia el Varón, el Salvador. Y es Cristo
el que dominará la Iglesia, pues el triunfo es de Cristo
(2Cor.2,14) que sacará a la humanidad
del pecado para hacerla perfecta (Cant.6,9), para
hacerla Iglesia, su pueblo santo,
la Mujer,
en la que Él es el Rey de reyes y Señor de señores
(Ap.19,16). Él toma el control de la Iglesia y por siempre
vencerá.(1Tim.6,15-16). Por esto dice:
Él
te dominará.
La mujer y el varón en
su condición humana son los dos una sola carne, una
humanidad pecadora (Gén.2,25). No son un solo espíritu. En
cambio la Mujer,
la Iglesia, es una en Cristo, el Varón, en un solo
espíritu pues todos unidos en Él, la Iglesia es una
(Jn.10,16).

