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Edén,
al oriente,
donde colocó al hombre
que había formado.
(Gén.2,8)
En
hebreo en vez de hombre se dice Adam. La palabra Adam (para nosotros
Adán) significa hombre. Dios creó al
hombre, al ser humano,
a la raza humana. Hombre
es toda la humanidad.
Dios colocó en el jardín de Edén al hombre, a la
humanidad.
De este mismo modo se usa
hoy la palabra hombre,
dándole el significado de humanidad,
para hablar, por ejemplo, del
hombre del
siglo XXI. La historia habla del
hombre
primitivo, del
hombre medieval, etc. A nadie se le ocurre pensar que era
un hombre
solo, sino que comprende a todos los hombres de toda una época o edad
de la historia.
Tú eres un ser humano; ya
seas varón o mujer, estás comprendido en esta humanidad porque fuimos
creados todos en un mismo principio.
Esto vamos a ver, no sólo
en el Génesis, sino que la Biblia lo repite. Pablo afirma: Él creó
de un solo principio, todo el linaje humano (Hc.17,26).
Toda esta revelación nos
lleva a ver más clara la verdad de nuestro principio como humanidad;
nos lleva a entender los porqués de nuestra realidad de hoy.
Reconocer que
hombre es
toda la humanidad tiene vital
importancia.
Este
hombre
del jardín de Edén comprende a todos nosotros, en un
estado de felicidad que habría de ir creciendo.
Porque
el jardín de Edén simboliza el estado celestial en el
que vivíamos, de felicidad, de delicias, en amistad con Dios, el
estado de los seres espirituales que éramos. Lo que éramos antes del
pecado.
Nuestra condición de
humanidad se nos dio por la compasión de Dios desde el mismo instante
en que pecamos, para librarnos así de caer al abismo y rescatarnos de
la Muerte a la que nos llevaba el engaño del demonio.
Y por la confusión que
siguió al pecado de la humanidad, todavía cuando le pregunta Dios a
Job “¿Dónde estabas tú cuando yo creaba la tierra?” (Job.38,21), él no
supo responder. Y la humanidad hasta ahora no ha podido responder;
pero hoy Dios nos revela por su Espíritu Santo, el Espíritu de la
Verdad, gran Luz sobre nuestro principio, contenido en el relato de la
creación, y no para satisfacer nuestra curiosidad, sino para que
conociendo nuestra auténtica realidad, la Verdad de quiénes somos y lo
que somos, busquemos vivir en Él y regresemos a la felicidad completa,
a la Vida de gloria que nos tiene preparada.
El
jardín de Edén
podemos compararlo a un vivero donde se colocan las semillas para que
luego crezcan y sean colocadas en un lugar mayor, más apropiado.
Era como aquí una cuna en la que todo buen padre y toda buena
madre colocan con cuidado a sus hijos. Así Dios nos colocó en
el jardín de Edén,
con su infinito e insuperable Amor y ternura de buen Padre,
igual que si fuéramos
niños.
Y
allí fuimos creciendo. Y
cuando culminaba en nosotros la
primera etapa de crecimiento, en el
jardín de Edén,
Dios nos concedió la libertad
para decidir. Y entonces
tuvimos el poder para elegir; pero no obedecimos la advertencia del
Padre y nos decidimos, como se nos dice en la parábola del hijo
pródigo, por alejarnos del Él y perder todos los bienes que
por su inmenso Amor nos había dado (Lc.15,11-32).
Ése fue nuestro principio. Dios nos colocó en un
lugar seguro para ir creciendo e ir acercándonos más a Él, a la unidad
en Él;
fue el principio de nuestra creación como seres espirituales, en
quienes habría de darse la aceptación de los planes de Dios para
nosotros. Era el inicio de un estado de crecimiento espiritual que
entonces desestimamos y lo perdimos. Nos lo recuerda este salmo que
sigue, que habla del momento en el que entramos en tinieblas por el
pecado. Así dice:
“No saben ni comprenden;
caminan en tinieblas,
todos los cimientos de
la tierra vacilan…
Mas ahora como el hombre
moriréis,
como uno solo caeréis,
príncipes”.
(Sal.82,5…7)
Nos
llama “príncipes”, para recordarnos que hasta ese instante estábamos
en un proceso de
crecimiento hacia el Reino de Dios Padre, y luego todos a una, como
uno solo, caímos en las tinieblas.
Pero aunque habíamos caído, las siguientes
palabras nos vuelven a confirmar que Dios Padre nos ha librado de caer
al abismo, por su gran Amor, y cómo luego nos concedió la redención
por medio de nuestro Señor Jesucristo:
“Nos ha elegido en Él
antes de la creación del mundo
para ser santos e inmaculados
en su Presencia, en el Amor;
eligiéndonos de antemano
para ser sus hijos adoptivos
por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad”.
(Ef.1,4-5)
Este
ser espiritual que Dios creó en unidad y puso en el
jardín de Edén,
aún no era corpóreo; aún no éramos hombres y mujeres ni había sido
creado el universo que veremos en el tema V, y que creó Dios por su
gracia para que desarrolláramos la vida presente, este peregrinaje,
que es el Camino de regreso al Padre, para todos los que busquen la
Verdad. Y la Verdad nos la muestra Él a través de su Palabra y de toda
la creación que ha puesto a nuestro alcance.
Porque igual que Dios preparó un proceso espiritual de crecimiento desde
que nacimos en el jardín
de Edén, así también, para hacernos más palpable nuestra
realidad espiritual de seres caídos en las tinieblas, para que
entendiéramos mejor, después nos ha hecho nacer aquí en nuestra
realidad natural como bebés, dependiendo de la madre y del padre, para
luego ir desarrollándonos día a día y así pasar a la niñez, a la
adolescencia, a la juventud, a la
madurez de la edad adulta, y a la sabiduría de la ancianidad
(Ap.4,4).
Un crecimiento en todos los sentidos, como reflejo de nuestra Vida
espiritual. Y si lo sabemos valorar nos sirve para en este mismo
crecimiento acercarnos más
y más a Dios, acogiéndonos a la gracia de su infinito Amor para que
regresemos a Él, para que nos salvemos y gocemos de su gloria, de
todos los bienes, que aún no podemos percibir, pues lo que ni el ojo
vio ni el oído oyó es lo que Dios tiene preparado para nosotros
(1Cor.2,9). Nunca habíamos visto, ni aún en
el jardín de Edén,
la gloria que Dios tiene preparada para nosotros, la gloria
final para los que se salven.
El hombre creado por Dios o
formado por
Dios, significa que hemos salido “de las manos de Dios”. Representa
este hombre nuestro principio,
el estado en el que nos encontrábamos, la gloria
en la que vivíamos
en el jardín de Edén. Luego, por la gracia de Dios
vendríamos a nuestro estado actual.
Esta verdad
sobre el principio de nuestro estado actual como humanidad entera para
ser rescatada del pecado, nos la confirma el apóstol Pablo otra vez en
su discurso a los atenienses en el Areópago:
Él creó de un solo principio, todo el linaje
humano,
para que habitara sobre la faz de la tierra
fijando los tiempos determinados
y los límites del lugar donde habrían de habitar
con el fin de que buscaran a Dios,
para ver si a tientas lo buscaban y lo hallaban;
por más que no se encuentra lejos
de cada uno de nosotros;
pues en Él vivimos, nos movemos y existimos,
como habéis dicho algunos de vosotros:
“Porque somos también de su linaje”.
(Hc. 17, 26-28)
Es de vital importancia
esta revelación, pues aunque por tradición se nos haya transmitido que
habíamos heredado un pecado cometido por un solo hombre, muchos no lo
habían aceptado porque han visto que siendo Dios sumamente bueno,
justo y misericordioso, sería contradictorio que hiciera recaer un
pecado sobre todos los demás, que no habíamos decidido voluntariamente
pecar. Y como consecuencia de no entenderlo así muchos han
menospreciado el relato de la creación en el Génesis, y tantos han
restado valor al pecado y a la necesidad de ser perdonados por Dios.
Pero la Biblia nos revela
más versículos además de éstos,
que iremos viendo en el resto de este relato que también
confirman cuanto hemos visto hasta aquí:
“Nacimos
antes de que las tinieblas nos llegaran” (Job.19,21). “Te conocí
antes de que te formara en el vientre de tu madre” (Jer.1,5).
El
hombre fue creado primero como ser espiritual, y luego por el pecado
pierde todo. Mas la compasión de Dios le concede la gracia de ser
humano, de ser cada uno parte de esta humanidad. Es el motivo de que
la primera parte de este libro trate de la creación del hombre
espiritual, y la segunda parte de nuestra condición actual, del hombre
terrenal. Esta verdad hará a muchos conocer el verdadero sentido de la
creación y el de su propia y auténtica realidad.
En el desarrollo de este
libro vamos a ver más confirmado este versículo con el que empezamos
este tema, porque además de lo exclusivo del relato la creación en el
Génesis que completa esta verdad, van incluidos dentro de su
propio contexto, otros versículos del resto de la Biblia que lo
avalan. Es más, partiendo de este conocimiento que Dios hoy pone ante
nuestros ojos sobre el relato de la creación en el Génesis, podemos
entender mejor el resto de la Biblia, comprendida entre el Génesis
(que significa principio) y el Apocalipsis
(que significa revelación). Jesús dijo: “Yo soy el Alfa y la
Omega, el Principio y el fin” (Ap.2,11).
Es la Luz el comienzo de
la creación. Y es Cristo, nuestro salvador, la Luz del mundo para
salvación nuestra, el mensaje que contiene el primer día de la
creación de nuestro universo que veremos en la segunda parte de este
libro.
Yahveh Dios hizo brotar del suelo
toda clase de árboles deleitosos a la vista
y buenos para comer,
y en medio del jardín el árbol de la Vida
y el árbol de la ciencia del bien y del mal.
(Gén. 2,9)
Teníamos de todo para ser felices, teníamos toda clase de árboles
deleitosos a la vista y buenos para comer. No necesitábamos nada
más, éramos felices, vivíamos en amistad con Dios.
Entendamos que estamos hablando de un estado espiritual y que por lo
tanto los árboles son símbolos que usa el Señor para hacernos
ver que vivíamos en felicidad. Y el árbol de la ciencia del bien y
del mal, como símbolo que nos advertía de que contenía algo que
no era bueno para nosotros a pesar de su apariencia atractiva.
No era una prueba a la que Dios nos exponía, sino que realmente había un
peligro que nos podía contaminar, como lo es toda relación o
comunicación con el demonio.
Con el
árbol de la Vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal, se
nos revela la libertad en la que fuimos creados. El elegir el
árbol de la Vida, es elegir la eternidad a la que Dios nos
llevaba por medio de aquel estado de crecimiento, hasta la unidad en
Él.
El
árbol de la ciencia del bien y del mal
lleva algo en sí que no proviene de Dios: la ciencia del mal,
la experiencia del mal. Dios nos creó libres, podíamos elegir. Y hoy
también podemos elegir.
Estaban los
dos árboles en medio del
jardín, en el centro, indicándonos así que nuestra vida
giraba en torno a aquella elección.
La libertad es
el don más preciado que Dios puso en nosotros. Dios no nos creó como
marionetas, sin voluntad, sino que nos concedió el libre albedrío para
que cada uno elija. Y así, como todos ya sabemos, Dios respetó la
decisión que tomó la humanidad al comer del árbol que la haría
descender del estado de felicidad, de delicias, de la cercanía a Dios.
Y aún hoy Dios sigue respetando esta libertad, y cada uno puede
buscarlo para vivir en Él, o puede seguir en sus tinieblas y descender
al abismo.
Ahora los
cuatro brazos
del río que salen del
jardín de Edén,
van a confirmar estos versículos que hemos visto aquí.







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