











Hasta
aquí hemos visto la primera parte de este libro, que termina
con el hombre espiritual expulsado del jardín de Edén.
En esta segunda
parte, vamos a ver que Dios prepara toda la creación para
que aquellos seres espirituales caídos en las tinieblas, que
éramos todos nosotros,
reciban la Luz a través de esta gracia de ser
humanidad, de ser seres vivientes en este estado para ser
levantados del pecado, para resucitar en Cristo.
Para ello, y
como culminación de esta obra maravillosa, concede al hombre
la naturaleza humana. Nace así el hombre terrenal.
Y hay entre el
hombre espiritual y el hombre terrenal, entre uno y otro
estado del hombre, un vacío en el tiempo que escapa a
nuestro entendimiento.
¿Dónde estabas
tú, cuando yo creaba la tierra? Le pregunta Dios a Job
(Jb.38,21). Era ese instante después de la caída en el
pecado, cuando “la tierra era caos confusión y oscuridad”
(Gén.1,1).
Está claro que
ni Job ni nosotros pudimos enteramos porque estábamos en las
tinieblas, nos sentíamos desnudos, despojados, vacíos;
habíamos perdido el conocimiento de quiénes éramos y de
nuestra situación, lo habíamos perdido todo (Gén.3, 10).
Quizás con esta
lectura, aún algunos puedan
preguntarse, dónde estábamos desde que fuimos
expulsados del jardín de Edén hasta que llegamos a este estado de
humanidad.
Antes de
plantearnos respuestas, veamos lo que dice la Biblia:
El salmista
dice: “Mil años a tus ojos son como el ayer, que pasó como
una vigilia de noche” (Sal.90,4).
Y el apóstol
Pedro contesta cuando le preguntan por el cumplimiento de la
promesa sobre la segunda venida de Cristo al final de los
tiempos: “Ante el Señor un día es como mil años y, mil años
como un día” (2Pe.3,8). Lo que nos quiere hacer ver que para
nosotros que hemos venido a ser humanidad, el tiempo sí
cuenta, pero para Dios no.
Dios en su
eterno presente ve como en un solo instante ante Él, a todos
estos seres espirituales caídos en las tinieblas luchando
por estar en la Luz, y a otros, tan envueltos en las
tinieblas, que ni siquiera luchan por buscar la Luz. (Por
esto Cristo nos dice a los que lo conocemos que somos Luz
para el mundo) (Mt.5,13-16).
Si quisiéramos
medir lo que es intemporal con la medida del tiempo regida
por nuestro sistema solar, sería impropio, imposible. Lo
espiritual está por encima de lo natural.
Nosotros
estamos en un tiempo limitado y en el más allá no hay
tiempo. Desde que salimos del
jardín de Edén
hasta que llegamos a esta humanidad, tampoco había tiempo;
ni habrá tiempo cuando dejemos esta vida que Dios nos ha
concedido para salvarnos. Entonces los salvados entraremos
en la Ciudad Santa de Jerusalén, la Nueva Jerusalén, hasta
que Cristo nos lleve a la Presencia del Padre (Ap.21).
En
conclusión, está bien claro que porque estamos en esta
realidad natural, hemos venido a estar dentro de la medida
del tiempo, pero cuando sólo éramos seres espirituales, y
antes de que llegáramos a esta humanidad, estábamos fuera
del tiempo. Hoy sí somos temporales, somos “tiempos”
(Dan.12,7) que pasamos, nuestro paso por la tierra es
transitorio.
Desde que Dios
nos dio nuestra naturaleza
humana, entramos dentro de unos parámetros; además
del tiempo, entre otros, la fuerza de la gravedad por lo que
no podemos movernos como en el cielo, libres en el espacio y
en todas las direcciones
(Ap.4,8). Y tenemos otras tantas
limitaciones por nuestra condición humana, como no
poder comprender este vacío en el tiempo entre el hombre
espiritual y el terrenal. Pero la Biblia nos da Luz sobre
ello también y nos lo hace ver. Pues aunque según el cómputo
del tiempo aquí, para nosotros hayan transcurrido miles de
años desde la aparición de los primeros hombres en la
Tierra, para Dios (y para nosotros cuando éramos sólo
espíritus) es un instante la diferencia entre ellos y
nosotros. Hemos venido todos a un mismo tiempo: el tiempo
terrestre. Es decir no hemos tenido “otras vidas” como
muchos han dicho.
Es muy
importante entender esto para no dejarnos engañar, pues
muchos de los que no creen
la Palabra de Dios, llevados por sus
propias creencias intentan desentrañar lo que está
fuera del tiempo, lo que está por encima del velo o cielo,
lo que Dios no nos ha revelado. Y así son engañados. Y de
ahí han surgido las creencias erradas como las de la
reencarnación y otras, por lo que muchos se pierden.
Los que así
hacen queriendo conocer lo que Dios ha dejado velado para
nosotros, están en desobediencia como en el primer pecado,
por no acatar lo que Dios ha establecido para nosotros. Si
Él así lo ha dispuesto es lo mejor para nosotros. Jesús nos
da una respuesta ante esta situación: “El que mira atrás no
es digno de mí” (Lc.9,62).
Podemos leer en
la Biblia ejemplos de cuando el hombre envuelto en sus
idolatrías, trata de saber lo que Dios no le ha revelado,
como en el libro de Ezequiel en los capítulos XIV y XX
cuando los ancianos van a consultar a Dios a través del
profeta y Dios les habla muy severamente. Él revela a quien
Él quiere revelarle, y lo que quiere revelarnos.
Otro ejemplo es
el de la torre de Babel, cuando los hombres por sus propios
medios intentan llegar a Dios, y de esta forma ser
reconocidos después en todo el mundo. Dos errores grandes,
pues el ser
reconocido en todo el mundo es una artimaña engañosa, de
quien del mismo modo trató de tentar a Jesús en el desierto
ofreciéndole la gloria del mundo (Mat.4,9). Y el otro error
que delata la torre de Babel, es tratar de llegar a Dios por
sus propios medios, sin ver que con Dios sólo se encuentra
el corazón contrito y humilde (Sal.51,17), pues así es como
nos levantamos de nuestra condición pecadora; no se
“alcanza” ni se llega a Dios por sistemas humanos.
El apóstol
Pablo nos alerta del peligro, porque realmente hay un
combate espiritual, advirtiéndonos de la lucha contra los
espíritus del mal que están en “las regiones celestes” (en
el primer cielo) al mismo tiempo que nos dice cómo estar
preparados para vencer (Ef.6,10-18). Esto nos quiere decir
que nos fijemos bien, que discernamos todo,
porque no todo lo que es sobrenatural viene de Dios.
El enemigo está también ahí en combate para ganar adeptos y
combatir la gran batalla final (Ap.20,7-9). Pero no hemos de
temer, porque no duerme ni descansa el Guardián de Israel
(Sal.121,4-8). Dios nos cuida.
Es este el
mismo motivo por el que recomienda discernir toda profecía
(1Ts.5,21), para que no nos dejemos engañar, porque los
espíritus del mal pueden disfrazarse haciéndonos ver que es
bueno lo que no es bueno, como en el primer pecado
(2Cor.11,14).
Esta
revelación, o aclaración revelada, sobre la creación en el
relato del Génesis, nos viene para darnos a
entender lo que Dios nos está hablando a través de
todo lo creado para nosotros.
No puede haber
contradicción entre lo revelado aquí y la Verdad que nos ha
sido dada en la Vida y las enseñanzas de Jesús, en los
Evangelios, que confirman el espíritu de la Palabra en la
Biblia. Cuando Dios ha querido revelarnos algo Él nos lo da,
y ha elegido siempre a través de toda la historia bíblica a
los que habrían de recibir revelación y llevar la Luz a su
pueblo para que se salve. Él quiere una sola Iglesia, un
solo pueblo, y para ello advierte una vez más con esta
revelación, a todos los que han sido llevados a las
“verdades” de otros, que los hacen perecer.
Mejor es
dirigir nuestro interés en buscar la salvación, ya que toda
revelación dada por Dios a su pueblo y toda Palabra de
Jesús, el Cristo, el Ungido, nuestro redentor y salvador,
nos dicen que por su gracia estamos aquí para ser salvados
si buscamos a Dios. Y a Dios se encuentra cuando nos dejamos
guiar por su Palabra que nos hace vivir en santidad. Sin
santidad no vivimos en Dios.
Dios nos dio el
dominio sobre toda la creación que hizo para nosotros, según
veremos después en este mismo capítulo (Gén.1, 28), pero
también puso un velo por el que nos ha quedado velado el más
allá, lo que está detrás de ese velo, un cielo (Gén.1,6),
del que sólo Él nos puede dar a conocer cuánto sabe que nos
conviene.
Y así nos ha
llegado esta revelación sobre el relato de la creación en el
Génesis, por la que quedará clarificada nuestra historia
espiritual, para bien de muchos. Ya no se cuestionarán
muchos lo que Dios nos da para ser salvados, tendrán sus
muchas interrogantes resueltas.
Todo este
relato de la creación, con todos los signos que en él se
citan, nos hace ver la situación en la que hoy nos
encontramos y nuestras actitudes ante el pecado; pero no
sólo como una simple parábola, sino que lleva en sí expresa
nuestra historia espiritual, para que veamos que dónde y
cómo hoy nos encontramos tiene su origen en nuestra propia
decisión, y que un día nuestra situación tendrá un final
decisivo.

Todas
las cosas y
seres creados son evidentes,
están ante nosotros. Nadie puede negar lo que es
palpable. Pero lo que los sentidos no perciben, muchos no lo
creen. Para que podamos creer lo que no vemos Dios ha hecho
toda la creación, que nos habla de lo que no vemos. La
verdadera finalidad de cuanto Dios ha puesto en nosotros y a
nuestro alrededor, todo este mundo natural, es para que
podamos conocer el sentido espiritual de nuestra vida aquí.
“Las cosas invisibles de Dios, su poder y deidad se hacen
claramente visibles
desde la creación del mundo por medio de las cosas
hechas…” (Rom.1,20).
Esto es lo que
vamos a ver desarrollado en este relato de los seis días de
la creación. Cada cosa, cada ser, nos sirve para darnos Luz
a nuestra Vida espiritual. Y cada cosa, cada ser, nos sirve
de símbolo a través de los cuales Dios nos quiere hablar.
Para ello fueron creados: para ayudarnos a nosotros, que
habíamos caído en un estado de “caos, confusión y
oscuridad”, a ver el verdadero sentido de nuestra
permanencia aquí.
Todo lo que
Dios dispuso para nuestra vida aquí, lo creó en seis días.
Nos hace ver el Apocalipsis que el seis es la cifra de lo
humano, “la cifra del hombre” “la cifra de la bestia", del
hombre que está en los errores de su propia humanidad
(Ap.13,18).
Nuestra
condición terrenal nos fue dada en el día sexto. No es otra
vida, puesto que la vida que Dios nos ha dado es una, sino
que a los seres espirituales que vivíamos en el jardín de
Edén, nos ha sido dada por Dios esta forma de vida, o este
estado, en el que hoy nos encontramos, para que podamos
recobrar la Vida que habíamos perdido.
Podemos decir
que nuestra condición
terrenal nos fue dada en el día sexto, como culmen de
la obra creadora de Dios dispuesta especialmente para
nosotros.
En estos seis
días Dios crea todo lo que el hombre caído en tinieblas, el
hombre pecador, necesita para reconocer su verdadera
identidad, buscar a su Dios, su creador, y volver a la Luz.
Necesita la humanidad ver que mientras nosotros estamos
limitados dentro de esta creación,
Dios
es eterno, el eterno presente (He.5,9) que nos provee y nos
espera para colmarnos de su Amor y de todos los bienes.
Él
está por encima de cuanto creó, no limitado dentro de lo
creado por Él mismo. Nosotros sí estamos limitados hasta que
volvamos a Él y vivamos en Él.
Es importante
reiterar que con el relato de la creación de nuestro mundo
natural vamos a hacer una lectura de carácter espiritual,
puesto que lo que nos dice en la realidad natural todos ya
lo conocemos.
Veamos entonces
lo que Dios quiere que aprendamos leyendo a través de cada
una de las cosas creadas, que nos sirven de signos para una
lectura de carácter espiritual, la cual nos enseña a caminar
en busca de la salvación, porque es así como Dios lo ha
dispuesto, que
cada
una de las cosas creadas sirva de signo para formar parte de
un lenguaje de entendimiento entre Dios y los hombres.
De esta forma surge una comunicación por la que podemos entender que esta
vida nos ha sido concedida por gracia. Y así, a través de
cuanto Dios ha puesto a nuestro alcance, nosotros podamos
ver nuestra situación de seres caídos en las tinieblas del
pecado; veamos que
Él nos busca para salvarnos, que quiere enseñarnos el
Camino de retorno porque nos ama sin límites e intenta que
nosotros conociendo la Verdad volvamos libremente y amemos
vivir siempre
bajo su protección.
Habíamos quedado incomunicados con Dios cuando caímos en las tinieblas. Y
Dios Padre se había acercado a nosotros para
ayudarnos pero no lo entendíamos, y quisimos disculparnos
(Gén.3,13). Entonces su Santo Espíritu no nos abandonó sino
que desde ese momento sino que decide rescatarnos y nos da
su Luz, a Cristo, como veremos en el día primero de la
creación.
Cada una de las
cosas y de los seres creados, toda Palabra que Dios nuestro
Señor nos hace llegar a nosotros, todo, es para alumbrarnos
el camino y que podamos así llegar a salvarnos.
Este
relato de la creación nos ha sido dado para algo más que
conocer nuestro origen; nos ha sido dado para que veamos
claro el porqué estamos aquí, comprendamos mejor la inmensa
misericordia y Amor de Dios hacia todos nosotros, y así
busquemos la salvación.
Todo
cuanto podemos percibir por medio de nuestros sentidos, de
nuestra mente y nuestra alma, nos ha sido dado como reflejo
de su gracia para atraernos a Él y sacarnos de las
tinieblas.
El
significado de
día hemos de entenderlo como la Luz de Dios que
nos llega a nuestras vidas, constantemente, a pesar de que
nosotros estemos entre tinieblas, entre nuestras
oscuridades, cuando no vemos cuanto Dios nos está dando para
nuestro bien, cuando no vemos su infinito Amor por nosotros.
Los
seis días de la creación a nivel terrenal, no son seis días
naturales como los conocemos, pues ni siquiera estaba creado
el sol que fue creado en el cuarto día; luego,
no podían ser días de veinticuatro horas. ¿Cómo vamos
a darle la medida de un día solar? Sería un error. Podemos
más identificarlos con las grandes eras geológicas de
formación del universo que ha descubierto la ciencia, que
aunque fueran miles o millones de años, sin
embargo, para Dios
eterno todo es un solo instante.

