




Concluyéronse, pues, los cielos y la tierra
y
todo su aparato,
y
dio por concluida Dios en el séptimo día
la
labor que había hecho,
y
cesó en el día séptimo
de
toda la labor que hiciera
Y
bendijo Dios el día séptimo y lo santificó;
porque en él cesó Dios
de
toda la obra creadora que Dios había hecho.
Ésos fueron los orígenes de los cielos y la tierra,
cuando fueron creados.
(Gén. 2,1-4)
Ya
la humanidad tenía cuanto necesita para vivir en este
estado. Los cielos
y la tierra y todo lo creado para nosotros tiene por
finalidad el que veamos la Luz, porque todo habla de Dios
creador, nuestro principio y nuestro fin (Ap.1,8); todo
tiene un orden y un propósito que nos enseña a mirarnos en
nuestro interior, y aplicarnos en nuestras vidas la lección
maravillosa que Dios ha querido mostrarnos para que seamos
en el Camino de salvación.
Todo
estaba ya perfecto, completo, no necesitamos ningún otro
signo más para leer y entender la lectura espiritual que nos
muestra la creación, verdadero don de Dios a la humanidad.
Por esto dice:
Y
cesó Dios en el día séptimo de toda la labor que hiciera.
Dios
nos había dado la gracia de poder ser salvados por
Jesucristo, nuestro salvador; nos infundió un alma, nos
concedió el don de poder hablar y comunicarnos con Él, nos
dotó de un cuerpo y en los días anteriores puso a nuestro
servicio toda la creación. Ahora establece el espacio, el
día de presentarnos ante su Presencia y hablar con Él, para
que entregados a Él, culmine su obra de perfección en cada
uno de nosotros, que es nuestra salvación.
Todo
lo que Dios nos había dado tiene como propósito este
día séptimo, el reencuentro con Él.
Y
este reencuentro con Él se da cuando el hombre acata los
mandamientos de Dios, que le ayudan a estar en el Camino que
Él preparó para que estemos en amistad con Él (Jn.15,14),
siendo limpios y puros. De otra forma no puede el hombre
entrar en este descanso, como le ocurrió al pueblo de Israel
cuando salió de Egipto, y muchos murieron en el desierto
porque no acataron los mandamientos de Dios, que por ello
dijo: “¡No entrarán en mi descanso!” (Hb.4,1-11).
Pero
en el descanso en Dios puede entrar todo
hombre que deje su rebeldía y busque a Dios, porque
Dios olvidando todo lo que el hombre había hecho, ya lo
había bendecido desde el día sexto cuando le dio esta vida
terrenal (Gén.1,22).
Así
pues en este día
séptimo la obra que Dios puso al servicio del hombre
está terminada, todo está perfecto. Es el día del Señor.
Dios creador se recrea en su obra. Ve que muchos pueden ver
y encontrarse con Él, contemplando las maravillas a través
de toda la naturaleza creada. Dios había preparado todo lo
necesario para llevarnos al descanso en Él.
Todo
esto es también simbólico, pues el hombre no habrá de
limitarse al encuentro con Dios en un solo día de la semana,
sino que siempre ha de estar buscando el diálogo con Él, el
descanso en Él. Jesús lo dijo, que no se hizo el hombre para
el sábado sino el sábado para el hombre (Mc.2,28).
El
día séptimo
nos
es dado para que el hombre entienda que
todo lo que pueda vivir aquí, tiene como finalidad su
reencuentro con Dios, su salvador.
Y
bendijo Dios el día séptimo y lo santificó.
Dios bendice
este día. Es el único día que Dios bendijo en este relato. Y
es que en los demás días se dan todavía la Luz y las
tinieblas, la lucha del hombre. Al final de cada uno de
ellos se decía: “y atardeció y amaneció”.
Ya en este
día séptimo no hay tinieblas, no se dice que atardeció. Sólo hay
Luz. Dios lo
bendijo y lo santificó. El hombre ante la Presencia
de Dios sólo vive en la Luz.
Representa este
día séptimo
los brazos abiertos de Cristo, el Señor del sábado (Lc.6,5),
en un abrazo, esperando darnos de todos sus bienes, de la
gracia que nos lleva a la santidad: Dios santificó este día. Es éste el descanso del hombre en Dios, día
de reencuentro, día de bendición.
Porque
en él cesó Dios de toda la obra creadora que había hecho.
Dios
ama cuanto ha creado y atrae al hombre “con cuerdas de Amor
y lazos de ternura”; le dice: “Con Amor eterno yo te he
amado” (Jer.31,3), “te llevo tatuado en las palmas de mis
manos” (Is.49,16), lo llama “la niña de sus ojos” (Zac.2,8).
En
este descanso en Dios, Dios llega al corazón del hombre en
una intimidad recíproca, porque cuando tú le buscas ya él
había venido en tu búsqueda; cuando tú lo miras, cuando tú
pones tu mirada en Dios, Él está recreándose en ti; si te
paras a contemplarlo, Él se regocija en ti, y tú sientes su
Presencia; cuando te detienes a gozarte en su Amor, Él te
llena de su Amor, de su gloria, de su santidad. Entonces
eres su morada, su templo, su casa, y su casa es a su vez,
tu casa. Y así tu vida es su Vida, y la Vida que Él Es, es
en ti, de tal forma que tu historia es ya su historia: Él la
hace suya, la toma en sus manos. Se da una unidad en ti con
Él, y de Él contigo, porque has encontrado el Camino, te has
unido en su Amor, y es en ti la Vida (Jn.14,6).
Estas son también las palabras con las que puede
estar hablándote el Señor hoy a tu corazón, y que pude
escuchar en mí:
Tú me buscas y yo te busco.
Tú me miras y yo te miro.
Tú me contemplas y yo te contemplo.
Tú me amas y yo te amo.
Tu vida es mi vida, mi Vida es tu Vida.
Tu casa es mi casa, mi Casa es tu casa.
Tu historia es mi historia
Mientras su inmenso Amor nos atrae, muchos siguen estando
lejos de Él. Y su Amor de Padre nos dice con ternura: “Mis
entrañas por ti se estremecen” (Os.11,1-8). Y es tan grande
y cercano su gran Amor que nos entregó a su único Hijo
(Jn.3,16), para que caminando con nosotros codo con codo,
nos diera la Verdad del Reino que ha establecido en medio de
nosotros, para que seamos con Él vencedores sobre el engaño
del demonio, que nos precipitó en un estado de tinieblas por
el que la humanidad dejó de ver la Verdad, olvidó el Amor, y
perdió la Vida. Pero hay una esperanza para recuperar la
Vida. Sólo Cristo, la Luz del mundo (Jn.8,12), nos puede
salvar. Dios sigue tratando con cada uno.
Cuando el hombre se deja envolver en sus afanes del día a
día, entre la Luz y las tinieblas (como nos hace ver la
descripción de los seis días de la creación) no encuentra el
descanso en Dios. Por eso Dios le da al hombre la
invitación, un consejo, un mandamiento, que es una llamada
para que venga a descansar en Él: “El día séptimo es día de
descanso consagrado a Yahveh tu Dios” (Éx.20,10).
Y
santificó Dios el día séptimo, pues cuando el hombre va al
encuentro con Dios y descansa en Él, el hombre recibe
santidad: la Presencia de Dios irradia de cuanto Él Es.
Todo
nos lo ha dado para que veamos y seamos salvados; para
sacarnos de “las aguas de por debajo del firmamento” y
llevarnos a “las aguas de por encima del firmamento”
(Gén.1,7) donde el Cordero nos espera como Novio a su novia
para desposarnos y llevarnos a la eternidad con el Padre
(Ap.21 y 22).
Este
día séptimo
a nivel general, representa también el fin de toda esta
humanidad que llega a Dios al término de este peregrinaje.
En los seis días de la creación el hombre ha ido día a día
luchando entre las tinieblas y la Luz, y purificándose. Este
día bendecido nos dice que todo lo demás ha pasado y la
humanidad salvada, es santa en Dios porque ha entrado en su
descanso:
Estos fueron los orígenes del cielo y la tierra cuando
fueron creados.
Viendo todo esto, la Verdad de la creación en el Génesis, no
podemos menos que alabar a Dios y unirnos a este canto de
los ángeles en el último libro de la Biblia.
“Eres digno, Señor y Dios nuestro,
de recibir la gloria, el honor y el poder,
porque tú has creado el universo,
por tu voluntad;
no existía y fue creado”.
(Ap. 4,11)