

Dijo Dios: “Haya Luz”,
y la Luz se hizo.
Vio Dios que la Luz estaba bien,
y apartó Dios la Luz de la oscuridad,
y llamó Dios a la Luz “día”,
y a la oscuridad la llamó “noche”.
Y atardeció y amaneció: día
primero.
(Gén.1,3-5)
Para
que se haga su Luz en nosotros, Dios usa su Palabra. La
creación toda se hizo por la Palabra. Es así como comienza
la descripción de la creación:
Dijo
Dios.
Lo primero que se hace oír es su voz, su Palabra. Y así lo confirma
también esta proclamación del apóstol Juan:
En el principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba con Dios
y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con Dios.
Todo fue hecho por ella
y sin ella nada se hizo.
En ella estaba la Vida
y la Vida era la Luz de los hombres,
y la Luz brilla en las tinieblas
y las tinieblas no la vencieron (Jn.1-5).
Así
en este día primero
la Palabra se hace oír:
Haya Luz.
La Palabra es viva y eficaz
(Hb.4,12), y todo el universo ha
sido creado por la Palabra de Dios (Hb.11,3). Todo se
cumple:
Y la Luz de hizo.
Al
decir que la Luz se
hizo quiere decir
que
la Luz, que es Cristo, se hizo sobre nosotros
para alumbrarnos en el Camino.
Esa Luz que nos llega de Cristo ilumina la conciencia
que está siempre latente en cada uno y que, aunque parezca
en muchos estar adormecida, antes o después se manifiesta y
el hombre busca la Verdad, busca a Dios, a pesar de que para
muchos pueda ser demasiado tarde cuando intenten despertarla
(Ap.9,6).
Desde aquel instante cada hombre tiene en sí el conocimiento
de que puede ser salvado, que no está irremisiblemente
perdido aunque no se le haya predicado de Cristo.
La
Luz
está al alcance de todos, Jesús lo afirmó con sus propias
Palabras: “Yo soy la
Luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas sino que
tendrá Vida eterna” (Jn. 8,12).
Su
Luz se hizo sobre nosotros desde el mismo instante en que el
Padre compadecido de nosotros (que estábamos envueltos en la
confusión, caos y oscuridad) concibiera rescatarnos.
La
Luz se hizo para toda la humanidad, porque todos desde aquel
momento fuimos iluminados por la Luz, por Cristo,
aunque fuera mucho más tarde su manifestación en medio de
esta humanidad cuando llegó el cumplimiento del tiempo (2
Tes.4,4) para consumar la redención. Estas son las palabras
con las que también pide al Padre antes de su pasión: “Dame
la gloria que tenía junto a ti antes de la creación del
mundo” (Jn.17,5). Es
la realización de la promesa que el Padre hizo en el momento
en que habíamos pecado (Gén.3,15). El Hijo se hizo Camino en
el momento en que el Padre determinó tomando condición
humana:
“Cristo, el cual teniendo
la naturaleza gloriosa de Dios,
no consideró como codiciable tesoro
el mantenerse igual a Dios,
sino que se despojó de sí mismo
tomando la naturaleza de siervo,
haciéndose semejante a los hombres;
y, en su condición de hombre,
se humilló a sí mismo
haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz.
Por ello Dios le exaltó sobremanera
y le otorgó un nombre
que está sobre todo nombre,
para que
al nombre de Jesús
doblen su rodilla
los seres del cielo, de la tierra y del abismo
y toda lengua confiese
que Jesucristo es el Señor
para gloria de Dios Padre” (Flp.2,6-11).
Y
así, el Hijo recorrió este peregrinaje que el Padre nos
concedió, para que la
Luz que
descendió hasta nosotros nos saque de las tinieblas. La
Luz
es la Verdad que nos saca de la mentira, del engaño del
demonio. Y con la
Luz se nos da la Vida, porque el encuentro con
Cristo, nos da la Vida nueva, que nos lleva a la eternidad,
al Padre (Jn.6,44). Y la
Luz, Cristo,
como ya había sido anunciado con la promesa de la redención
(Gén.3,15), llegó a nosotros:
“Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios,
que hará que nos visite una Luz de la altura,
a fin de iluminar a los que habitan
en tinieblas y en sombras de muerte
y guiar nuestros pasos por el Camino de la paz”.
(Lc.1,78-79)
(Se
refiere otra vez a las tinieblas a las que nos llevó el
pecado). Únicamente hay un Camino, Cristo.
Dios, en su eterno presente, ve que la Luz se hace
en la humanidad, y es así como aquellos seres espirituales
que éramos, caídos en las tinieblas, recibimos la gracia de
la Luz, de la salvación; ya nuestro único destino no sería
caer al abismo sino que podemos emerger de las tinieblas a
la Luz.
Y Dios vio que estaba bien.
El hombre podía ser receptor de la Luz, el hombre
podía recibir la Luz de la salvación.
Los
que nos habíamos sumergido
en el caos,
confusión y oscuridad recibimos el soplo de la
Luz de Dios.
Éste es el nacimiento de la humanidad; así nace nuestra
condición humana. Antes de que nos
vinieran los males
que nos habíamos acarreado con el pecado, Dios se adelantó a
rescatarnos:
"Antes de tener dolores dio a Luz,
antes de llegarle el parto dio a Luz un hijo:
¿Quién oyó tal?
¿Quién oyó cosa semejante?
¿Es dado a Luz un país en un solo día?
¿O
nace un pueblo todo de una vez?”
(Is.66,7-8)
Así
hizo Dios Padre, que el pueblo de los que “a una se
corrompieron”, pudiera ver la
Luz y
recibir la gracia de la salvación. Pero para ser llenos de
la Luz hemos
de caminar en su busca, lo que conlleva lucha y dolor, como
la mujer que grita con los dolores de parto (Ap.12,2). Por
esto sigue diciendo esta revelación del profeta Isaías:
“Pues bien, tuvo dolores
y dio a Luz Sión a sus hijos”.
“¿Abriré yo el seno sin hacer dar a Luz
- dice Yahveh -
o lo cerraré, yo que hago dar a Luz?
-Dice tu Dios”-
(Is.66,9).
Dios abre el
seno humano para que Cristo se geste en nosotros.
Desde el primer instante, desde que caímos en oscuridad,
Dios concibe la redención, la gracia de poder salvarnos, y
hace que Cristo sea en medio de nosotros. La
Luz del
mundo es Él.
Y la Luz
de Cristo, empieza a irradiar desde el día primero:
Y apartó Dios la Luz de la oscuridad; y llamó Dios a la
Luz “día”, y a la oscuridad la llamó “noche”.
Separó la Luz
de la oscuridad, lo bueno de lo malo. La Luz que nos hace ver,
para distinguir la oscuridad que nos hace caer en pecado.
Jesús dice: “Si uno anda de día no tropieza, porque ve la
Luz de este mundo;
pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está
la Luz en él (Jn.11,9-10).
Sigue Dios
creador estableciendo orden. El orden y separación radical
que comenzó a establecer, desde que maldijo a la serpiente y
a nosotros otorgó la promesa de la redención, se continúa en
toda la creación.
Nos quiere
hacer ver con la
noche y el día, que todo lo que no es Vida en Dios es confusión,
oscuridad,
todo lo contrario a ella: de bondad, maldad; de amor, odio;
de paz, violencia; de alegría y gozo, tristeza y dolor, etc.
Y para que
sepamos distinguir, en este día primero nos da a conocer que
si recibimos
la Luz es en
nosotros el día.
Y si vemos
la Luz no
caeremos en la oscuridad de
la noche, en
el abismo, al que nos pueden llevar las tinieblas en las que
el pecado nos sumergió.
Pero unos ven y
otros no. Muchos tienen ojos y no ven, y oídos y no oyen
(Mt.13,15). Así que en esta humanidad se dan la
Luz y las
tinieblas, que no la
noche
en la que están los que se encuentran fuera de la
tierra de la promesa, los que están al otro lado del río
Éufrates porque eligieron no vivir en Dios. Es lo que hemos
visto del cuarto río que sale del jardín de Edén (pág. 37).
Pero Dios hace
salir el sol para todos. Se da el atardecer, el día y la
tarde.
Y atardeció y amaneció: día
primero.