




Los Males que
Sobrevinieron a la Humanidad
Al hombre le dijo:
“Por haber escuchado la voz de tu mujer
y
comido del árbol
del que yo te había prohibido comer,
maldito será el suelo por tu causa
con fatigas sacarás de él el alimento
todos los días de tu vida.
Espinas y abrojos te producirá,
y
comerás la hierba del campo.
Con el sudor de tu rostro comerás el pan
hasta que vuelvas al suelo
pues de él fuiste tomado.
Porque eres polvo y al polvo tornarás”.
(Gén.3,14-19)
Cuando
dice, al hombre le
dijo, la palabra
hombre sigue refiriéndose a toda la humanidad.
Por haber escuchado la voz de tu mujer, y comido del árbol
del que yo te había prohibido comer, maldito será el suelo
por tu causa.
Cada uno era
libre, y pudo haber elegido no escuchar a su
mujer (a los seres
que se acercaron al árbol prohibido y escucharon y
obedecieron la voz del demonio). Podía cada uno de los que
aún no habíamos pecado, haber rechazado la invitación y
obedecer el mandamiento de Dios, como hicieron los que no se
unieron a nosotros sino que siguieron el camino del primer
río que sale del jardín de Edén hacia la gloria eterna
(Pág.32). Sin embargo todos nosotros pecamos. Y Dios nos lo
hace ver y nos dice:
Maldito será el suelo por tu causa.
Dios no maldijo
al hombre como había maldecido a la serpiente (al demonio).
Al hombre le dice que
el suelo será maldito por su causa. Es el rechazo de
Dios a lo que habíamos elegido para nosotros. Pone el Señor
una separación entre la Vida en la que vivíamos, y en lo que
hoy estamos por nuestra
causa, por lo que
decidimos. Y si todo en la Vida que teníamos era bendición,
aquí en este estado está todo lo
maldito que
habíamos elegido.
Antes nos
desarrollábamos sobre la bendición; todo en “el jardín de
Edén” era bueno, bendito, salido de Dios. Este descenso nos
trajo sobre un suelo de dolor y luchas y otros males.
El suelo aquí es el tope
ínfimo en el que nos movemos, es el firme bajo nuestros
pies, el soporte de nuestra vida. Y en sentido espiritual,
sobre lo que se va desarrollando nuestra Vida aquí, en este
estado no descendemos más abajo. Supone el límite del
descenso en el que nos habíamos precipitado. Hasta ahí hemos
venido con todos los males que traíamos con nosotros.
Sin embargo
este suelo nos
sostiene, nos lo ha permitido Dios para que no
descendiéramos más y cayéramos al abismo; para que aquí, a
través de todo lo que tenemos de Él, y lo que nos sobrevino
como consecuencia del pecado, aprendamos a elegir otra vez,
porque nos hizo libres, y así
elijamos la Vida en Él para bien nuestro y gloria de
Dios.
Y esto requiere
renuncias, esfuerzo. Y ese esfuerzo va fortaleciendo a cada
uno, para acercarse más a Dios. Así nos lo hace ver en los
siguientes versículos. Dios advierte, anuncia, todo lo que
al hombre le ha sobrevenido para que la humanidad conozca su
realidad y despierte:
Con fatigas
sacarás de él el alimento todos los días de tu vida.
Al pasar desde
ser seres espirituales, a este estado de humanidad, tiene
unas necesidades que antes no tenía. Y precisa
alimento muy especial. Y Dios que ama a esta
humanidad caída, le da además el alimento para el cuerpo. Y
le sirve como medio para entender que también ha de luchar
para alimentar su alma. Y conforme tiene que sacar
del suelo el alimento para el cuerpo, así ha de luchar para
fortalecerse espiritualmente y le sirva
esta lucha como
alimento para su alma.
Por las
consecuencias del pecado que se acarreó el hombre, Dios le
concede esta lucha que le ayuda a sustentar su vida en Dios,
lo que supone esfuerzo constante, cada día:
Todos los días de tu vida.
Antes lo tenía
todo y lo perdió; ahora ha de luchar constantemente por
permanecer en Dios, en Cristo que nos
lleva al Padre, y salir así de todos los males que le
sobrevinieron por su
causa. Y esta lucha es dura:
Espinas y abrojos te producirá.
Cuando el
hombre toma la decisión de volverse a Dios, hay
lucha pues el enemigo
trata de recuperarnos hacia él. Y esta lucha produce dolor,
espinas y abrojos.
También le dice:
Comerás la hierba del campo.
Dios
quiere hacernos ver que nada hemos de menospreciar, pues
hasta lo más insignificante
nos sirve para
aprender en nuestro caminar. La serpiente come polvo, a
nosotros se nos da a comer
hierba,
lo sencillo, lo más humilde, pues Dios se
complace en el corazón sencillo y humilde (Is.66,2) como
símbolo, la
hierba.
Con todos ha de
comer, compartir, no menospreciar nada ni a nadie por
humilde que sea: nos puede servir de alimento para nuestra
alma. Nos enseña esto, a no ser autosuficientes sino a
compartir con todos para que ellos puedan compartir con
nosotros, y alimentarnos de lo sencillo en este caminar,
aprendiendo también así a ser humildes y sencillos (Ap.8,7).
Con el sudor de tu rostro comerás el pan.
Dios nos da el
pan como alimento por excelencia; con el pan hemos de
alimentarnos cada día, y Jesús nos enseña a orar por el pan
de cada día (Mt.6,11). Lo necesita el cuerpo, pero lo que
nos quiere hacer ver, de lo que nos está hablando es del
alimento del alma. Lo hemos de comer, nos dice,
con el sudor de
tu rostro. Con el esfuerzo y las renuncias a nosotros
mismos para poder sentarnos a comer con Cristo. Cristo es el
alimento de nuestra alma, el verdadero pan del cielo que nos
da el Padre (Jn.6,32), el pan de Vida. Y el que va a Él
nunca más tendrá hambre (Jn.6,35). En Él podemos caminar,
avanzar fortalecidos.
El pan nos lo
concede Dios para que conozcamos que nuestro espíritu para
volver a Él, necesita del alimento que Él nos da para
nuestra alma, pues es así como podemos ser salvados:
poniendo nuestra voluntad y todo nuestro empeño para
conseguirlo y así estar unidos a Cristo y nacer de nuevo en
su Santo Espíritu, “porque el que vive en Cristo nueva
criatura es” (2 Cor.5,17).
Hasta que vuelvas al suelo.
Hasta que el hombre reconozca que
por sí mismo no es nada, se despoje de todo lo carnal y
renazca a la Vida del espíritu; hasta que resucite en Cristo
y viva su realidad espiritual; hasta el día final, hasta que
el hombre se haya entregado totalmente a Dios, despojándose
de su condición terrenal.
Y el hombre que
no entendió, siguió preguntándose ¿Qué es el hombre para que
te acuerdes de él? (Heb.2,6). Sólo percibía la muerte del
cuerpo que vuelve al suelo.
Pues de él fuiste tomado.
El hombre no
fue despojado de cuánto él mismo había libremente elegido,
sino que Dios ha respetado la libertad de nuestra decisión.
Es lo que veremos en el segundo relato de la creación del
hombre (Gén.2,7).
Ahora desde
nuestra condición humana, hemos de reconocer nuestro error,
dándonos cuenta de cuánto hemos perdido, y reconocer la
situación que voluntariamente
habíamos elegido. Eso es
volver al suelo de
donde el Señor nos tomó cuando estábamos caídos, para por su
gran Amor resucitarnos.
Y a nivel
natural, el cuerpo mortal todos sabemos que hemos de dejarlo
cuando morimos porque vuelve al
polvo, se
convierte en nada. Así nos lo recuerda:
Porque polvo eres
y al polvo tornarás.
Lo mismo en la
realidad natural que en la espiritual, tanto los que
resucitemos en Cristo a la Vida y seamos salvados, o los que
se condenen y mueran, todos, hemos de dejar esta condición
humana que es transitoria, un peregrinaje que por gracia se
nos ha concedido por Dios para rescatarnos de la Muerte
eterna (Jn.5,29).
Esta diferencia
entre los males que se acarreó
el hombre y las
que se acarreó la
mujer nos ha hecho ver también la diferencia entre ser
iglesia (la Mujer) o ser en lo humano
(el hombre). Nos muestran estos versículos con los males
como consecuencia del pecado la situación de la humanidad
entera. Y de esta situación, de este estado de la humanidad
por la desobediencia nos siguen hablando los versículos que
siguen.
Estado de la Humanidad en Desobediencia
El hombre llamó a su mujer Eva,
por ser ella la madre de todos los
vivientes.
Yahveh Dios hizo
para el hombre y su mujer
túnicas de piel y los vistió.
(Gén.3,20)
El hombre llamó a su mujer Eva, por ser ella la madre de
todos los vivientes.
Eva, la madre de los vivientes,
porque ella simboliza como ya hemos visto, a los seres que
se acercaron al árbol prohibido e iniciaron el diálogo con
el demonio (Gén.3,1-4). Ella al concebir en su ser el pecado
fue el instrumento que generó el que no sólo ella, sino que
muchos de los seres espirituales del jardín de Edén que
aceptaron su invitación, descendieran a un estado de
“confusión, caos y oscuridad”. Por ello se le nombra como
madre de los
vivientes, de toda la humanidad a la que luego Dios dio
“un aliento de Vida”. Y ahí entonces comenzamos a ser
vivientes.
De
forma similar, a Jesús que asumió la redención para
rescatarnos, se le nombra como Hijo del hombre
(Lc.9,58) porque
fue el pecado del hombre, de la humanidad, el que generó que
Jesús viniera a redimirnos y se encarnara tomando naturaleza
de hombre. Porque es hijo del hombre también se le llama,
hijo de David (Lc.1,33-34). Y en David se dan estas dos
condiciones, la de ser ungido y la de ser pecador. Jesús es
el Ungido, que tomó nuestros pecados.
Y Jesús es Hijo
de Dios que concibió la redención, y es Hijo del hombre ya
que Él asumió el rescate, por
los pecados que el hombre concibió. Si no hubiésemos
pecado no habría sido necesaria la redención.
Y Dios por su
gracia nos concede este estado en el que nos encontramos,
para levantarnos hacia Él. Después de todas las cosas
creadas, de todo lo creado en nosotros, nos provee de estas
túnicas de piel:
Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y
los vistió.
Nos dota de
cuanto necesitamos para estar aquí, y como un vestido, como
un broche precioso con el que concluye su obra creadora para
nosotros, estas túnicas de piel, nuestros cuerpos mortales. Dios nos concedió este
cuerpo para permanecer en el medio que Él creó para nuestras
vidas aquí en la Tierra. Como un vestido de sayal,
simbólicamente (Ap.11,3).
Y
nuestro cuerpo creado en la perfección como todo lo que
viene de Dios, habla por medio de cada uno de sus elementos.
La Biblia los toma como símbolos: el corazón (Rom.8,27), el
hígado (Lm.2,11), los ojos (Mt.5,38), las entrañas
(Os.11,8), los órganos de los sentidos (1Cor.12,17), los
huesos (Ez.37,1ss), la médula (Heb.4,12), etc. Y nos sirven
de signos de un lenguaje de entendimiento con Él,
creado para nosotros, y que nos hacen entender cómo
nuestras vidas espirituales han de desarrollarse para ser en
Dios.
La forma en que
funciona nuestro organismo, como la necesidad del agua, del
alimento, de movernos, etc., nos enseña a conocer cómo hemos
de vivir nuestra vida espiritual.
Todo lo que
podemos percibir, conocer, entender o sentir, todo tiene el
propósito de Dios para que conozcamos cómo hemos de vivir y
ser para llegar a ser salvados. Todo en su conjunto aporta
Luz para el que quiera mirar y ver. Se nos ha dado mientras
estemos aquí, pues habrá después una separación definitiva
entre el bien y el mal, entre la Luz y las tinieblas,
conforme sabemos, y se ha ido viendo también a través de
este relato.




