


















La serpiente era el más astuto
de todos los animales del campo
que Yahveh Dios había hecho
Y dijo a la mujer:
“¿Cómo es que Dios ha dicho:
No comáis de ninguno de los árboles del
jardín?”
(Gén.3,1-2)
Este
relato que corresponde al hombre espiritual, fue escrito
unos cinco siglos antes de que se escribieran el relato de
la creación de nuestro universo. Dios ha dejado entre la
revelación de uno y otro relato, una distancia muy
significativa en el tiempo que nos confirme esta verdad.
Como hemos
visto en el tema anterior, cuando fuimos tentados por el
demonio éramos sólo seres espirituales, no corpóreos. Así
podemos comprender en este tema que comienza aquí, que
aunque no había sido creada
la serpiente
en el jardín de Edén (donde no había nada material)
se nos presente aquí simbólicamente a la
serpiente
para
descubrirnos la forma de actuar del demonio que usa su
astucia maligna tratando siempre de engañarnos. De esta
forma Dios quiere enseñarnos a estar alerta.
Y así Dios puso
ante nuestros ojos toda la creación que nos rodea. Y con
ella a la
serpiente, para que podamos ahora ver que la
serpiente
está simbolizando al demonio por su índole de animal astuto
que se arrastra en el nivel más bajo, a ras del suelo:
el más astuto
de los animales del campo, pues fue la astucia
engañosa la que utilizó el demonio para frustrar nuestra
Vida en Dios. Y así habló:
Y dijo a la mujer: “¿Cómo es que Dios os ha dicho: No
comáis de ninguno de los árboles del jardín?”
Es la primera
vez que en este relato aparece la palabra
mujer.
En
el jardín de Edén había colocado Dios al
hombre,
a toda esta humanidad
en unidad, siendo todos uno. Aquí comienza ya una
separación, una división entre aquellos seres espirituales
que éramos. Y es que unos empezaron a acercarse a lo
prohibido, comenzaron a mirar
el árbol de la
ciencia del bien y del mal. Ahí comenzó la duda
y la confusión. Y a todos esos seres que fuimos los primeros
en traspasar el mandato, Dios nos concede la gracia de poder
retornar a Él en la condición actual de
mujer.
Dios no había
prohibido comer de todos los árboles, sino de uno, del
árbol de la
ciencia del bien y del mal.
El demonio estaba mintiendo porque es mentiroso desde el
principio (Jn.8,41). "Vosotros sois de vuestro padre el
diablo... porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn.8,
44). Así les dice Jesús a los que discutían sobre su
testimonio y no creían, sino que rebatían sus palabras. El
diablo es padre de todos los que no aceptan la Luz, la
Verdad.
Pero
aún hoy, teniendo conocimiento de los mandamientos que Dios
nos dio para ayudarnos a caminar en la libertad (Col.1,13) y
ser hijos suyos, seguimos todavía desobedeciendo y haciendo
lo malo. Es nuestra situación.
Y el
hombre hoy se sigue enredando en diálogos con el demonio
cuando está cuestionándose lo que Dios dejó establecido. Hoy
no sólo el mundo, sino también muchos que se consideran
iglesias, en su confusión siguen razonando los mandamientos
que Dios dejó establecidos para guiarnos en el Camino,
tratando de encuadrarlos en el marco histórico, como si no
fueran para toda la humanidad por todos los siglos.
Así fue como se inició nuestra situación de hoy.
La mujer
en vez de huir lejos, se acercó, abrió sus oídos para
escuchar, y comenzó a dialogar con el demonio. Lo dicen los
siguientes versículos.

Respondió la mujer a la serpiente:
“Podemos comer del fruto de los árboles
del jardín
mas del fruto del árbol
que está en medio del jardín, ha dicho
Dios:
No
comáis de él, ni lo toquéis,
so pena de Muerte”.
Replicó la serpiente a la mujer:
“De ninguna manera moriréis.
Es que Dios sabe muy bien
que el día en que comiereis de él,
se os abrirán vuestros ojos
y seréis como dioses,
conocedores del bien y del mal”.
(Gén.3,2-3)
No
había ignorancia, no es que no lo supiera, sino que desoyó
la voz de Dios para oír algo nuevo. Muchas lecciones se
pueden sacar de este relato que nos hace ver también hoy
cuando estamos en Dios, si escuchamos otras voces que nos
acosan desde el mundo, corremos el mismo peligro de perder
la gracia de Dios en nosotros.
Todo
depende de nosotros, porque igual que oír aquella voz nos
llevó a las tinieblas, hoy para salvarnos podemos oír la voz
de Dios que nos llama. “Mis ovejas escuchan mi voz… Yo les
doy vida eterna” (Jn.10,27-28).
Y por oír la palabra de Dios, nos llega la fe que nos
vuelve a la salvación (Rom.10, 17).
Esta
situación en la que quedó la humanidad, es la misma en la
que están aún hoy todos los que no buscan la salvación
siguiendo los mandatos de Dios y la fe en Jesucristo,
nuestro Redentor, nuestro Salvador. Si no rechazamos desde
el comienzo el mal,
sino que en cambio nos detenemos a cuestionarnos sus
razones, así se repetiría lo que la primera vez nos ocurrió
cuando la mujer
se detuvo a escuchar las razones del demonio:
Replicó la serpiente a la
mujer: “De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy
bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán
vuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y
del mal”.
El demonio
mentiroso, trata de hacer ver a la
mujer
que el mentiroso era Dios:
Es que Dios
sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os
abrirán vuestros ojos.
Conocedores del
mal sí seríamos, pero perderíamos
absolutamente todo el
bien.
Y por ello dejaríamos de ser
dioses.
Veamos el significado de la palabra
dioses
en las Escrituras. A Jesús lo rechazaban, lo
condenaban, porque decía que Él era Hijo de Dios. Y entonces
Él les responde: “¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije,
dioses
sois? Si llamó
dioses a aquéllos a los que se
dirigió la Palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura
¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís:
tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?”(Jn.10, 34-36).
Dioses, partícipes de
la Vida en Dios. Después de perderlo todo, vendríamos a ser
“hijos adoptivos” (Gál.4,5) por la Palabra,
si la vivimos, porque
Cristo tomó la responsabilidad de rescatarnos para llevarnos
al Padre.
Y
las Escrituras hablan más de esto:
“Yahveh, el Dios de
los dioses
ha hablado” (Sal.50,1). “Dios
está en medio de los
dioses;
en medio de los
dioses juzga” (Sal.82,1). Y más adelante
dice: “Yo dije, vosotros sois
dioses
y todos vosotros hijos del Altísimo” (Sal.82,6), y “Dad
gracias al Dios de los
dioses
porque es eterno su Amor” (Sal.136,2).
El
demonio sabía que éramos
dioses.
Lo que quería hacer era que probando
del árbol de la
ciencia del bien y del mal, dejáramos de ser en
Dios.
Pretendía que viviéramos entre
el bien y el
mal, lo que es imposible pues Dios rechaza la
maldad, es contraria a su misma esencia. Así que al demonio
le falló “su experimento”. Pero así nos estaba mintiendo:
Seréis como dioses
conocedores del bien y del mal.
(Este es el
simbolismo de
“el árbol de la ciencia del bien y del mal”. Dios nos había
advertido porque sabía cómo el demonio vendría a
engañarnos).
Sólo conocíamos
el bien
y no el mal. No conocíamos la experiencia del mal, no lo
habíamos experimentado, y al escuchar la invitación quisimos
conocerlo y caímos así en el engaño.
Quisimos saber
qué era aquella maldad que desconocíamos. Quisimos que
nuestros “ojos” creados para ver y vivir, y gozar del
bien,
también pudieran ver, conocer y experimentar la maldad. Y
así perdimos aquella Vida y caímos en un estado de
tinieblas.
Pero
Dios no nos abandonó a las tinieblas, como sabemos y veremos
con más detalles al hablar de la creación, que nos hace
entender que sí podemos remontar las tinieblas para dejarnos
llenar de su Luz.
Él
nos da la Luz para que estemos vigilantes y nos demos cuenta
de nuestra realidad; para que así recuperemos nuestra
verdadera identidad, la de ser
dioses
en Él. Él nos perdona todo cuando reconozcamos nuestra
culpa, nos arrepintamos de nuestra desobediencia y de cuánto
hemos pecado, pues es así como la Luz de la Verdad se hace
en nosotros.

Y como viese la mujer
que el árbol era bueno para comer,
apetecible a la vista y excelente
para lograr sabiduría,
tomó de su fruto y comió,
y dio también a su marido, que
igualmente comió.
Entonces se les abrieron a ambos los
ojos,
y se dieron cuenta
de que estaban desnudos,
y cosiendo hojas de higueras
se hicieron unos ceñidores.
(Gén.3,6-7)
Hay que resaltar aquí que nunca se dice en las Escrituras
que el pecado viniera por una sola
mujer,
que fue literalmente según este relato, quien inició
la desobediencia, sino que siempre se dice que el hombre
pecó. Esto reafirma una vez más que hombre se refiere a la
humanidad en la que estamos incluidos tanto las mujeres como
los varones.
Aunque por
tradición hayamos creído que pecó una sola mujer y un solo
hombre, y que fuimos luego todos herederos de este pecado,
vamos a ir descubriendo a lo largo de esta revelación, que
todos nosotros fuimos los que pecamos. El ser humano es
hombre y mujer (Gén.1-27). Somos la humanidad.
La humanidad no
acató el mandato de Dios porque vio
la mujer que el
árbol era bueno para comer, apetecible a la vista.
Ahí comenzó nuestra caída y luego nuestra condición
humana por la gracia de Dios. Fue el anhelo por conocer algo
diferente lo que le hizo “asomarse” a lo que no venía de
Dios, a un mundo de tinieblas, y contaminarse de él dudando
de la palabra de Dios y obedeciendo la voz del demonio.
El pecado se presenta como algo
bueno y apetecible, no como algo feo, malo o
despreciable (Ap.13,1). La visión del profeta Daniel
(Dan.7,3-7) engloba todas las tendencias al pecado que
azotan a la humanidad. Aquellas cuatro bestias simbolizan la
vanagloria del mundo, los desenfrenos de la carne, el lujo
con los afanes de riquezas, y la violencia o el poder
desenfrenado. Eso mismo es lo que significa
el árbol de la ciencia del bien y del mal en esta
parábola de nuestra historia espiritual.
Para
cada uno de nosotros este
árbol de la
ciencia del bien y del mal, representa algo
diferente, porque cada uno de nosotros siente
también inclinaciones hacia determinadas formas de
pecar.
El
demonio hoy sigue tentándonos igual, haciéndonos creer que
es bueno
lo que no es
bueno según Dios nos ha revelado a través de su
Palabra. Y así todavía una parte de la humanidad se
cuestiona los mandamientos de Dios y acepta lo que el
demonio a través del mundo le dice.
La mujer
ve que
el árbol
era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para
lograr sabiduría.
La
serpiente le ofrecía conocer algo que desconocía. Iba a
ampliar sus conocimientos,
a lograr sabiduría. ¿No sigue siendo acaso ésta una
tentación para muchos hoy?
La
mujer,
una parte de la humanidad hoy (y entonces seres espirituales
puros) fue la primera engañada por el demonio, por
la serpiente,
y así es como comienza a ser la
mujer
pecadora:
Tomó de su fruto y comió.
Pecó, pero en su error,
la mujer
no se conformó con ella misma comer del fruto del
árbol de la
ciencia del bien y del mal, sino que invita a
los otros seres que no habían comido, que no se
habían acercado al
árbol.
Y dio también a su marido que igualmente comió.
Ya había una diferencia entre los
que éramos sólo uno en el jardín de Edén cuando “la mujer
comió del fruto
del árbol de la ciencia del bien y del mal”,
separándose por el pecado de todos los seres semejantes del
jardín de Edén que no pecaron. Y aquella diferencia que se
había iniciado, en este momento se incrementa porque
dio del fruto a los otros seres que no se habían
acercado al árbol, y ellos aceptan la invitación de la
mujer.
Desde ese instante comenzamos a ser dos:
mujer y marido.
Y se nos dice así para hacer notar a los que pecamos con
diferente error; por acercarse unos a hablar con la
serpiente, con el demonio, y otros por confiar más en sus
semejantes antes que en Dios. Y fuimos todos los que
pecamos. Todavía hoy se nos sigue diciendo: “Desgraciado el
hombre que confía en el hombre” (Jer.17,5), porque hay
muchos ciegos, guías de ciegos (Lc.6,39).
En este relato se nos dice que el
marido
acepta. Y así hay entre ambos una complicidad. Es por lo que
aquí se le llama
su marido porque éste
igualmente
comió. Se dio entre los dos un pacto de pecado.
Unos y otros conocíamos la advertencia o mandamiento de Dios
para prevenirnos, y por no acatarlo perdimos la Vida.
Entonces se les abrieron a ambos los ojos, y se dieron
cuenta
de que estaban desnudos.
Ya no estábamos en la cobertura de Dios
(Rom.1,28), sino que comimos, compartimos, nos compenetramos con lo que nos ofreció
el demonio, nos contaminamos, nos envenenamos con la maldad. Así es que nacemos
aquí con este pecado, el pecado que cada uno cometió
(Sal.51,5).
Nos encontramos
entonces
desnudos, desprovistos de la Vida cerca de Dios.
Ya
no teníamos de todos los bienes, de todos “los árboles
deleitosos a la vista y buenos para comer” que Dios
había hecho brotar
en el jardín de Edén.
No teníamos el Amor, la Verdad, la paz, la alegría, el gozo,
la felicidad, todas las delicias de la Vida que Dios nos
había dado.
Y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores.
Ya no teníamos nada. Algo malo nos pasaba, y quisimos esconderlo de la
vista de Dios, cosiendo
hojas de
higuera para ocultarnos de su mirada.
Nadie, nada, puede ocultarse a la mirada de Dios
(Ap.6,15-17).
Todos estos símbolos nos quieren hacer ver la realidad de
nuestra situación. Era absurdo lo que queríamos hacer y que
se nos da como una simple comparación.
Las hojas de
higuera no tienen consistencia, no resisten ser
cosidas ni pueden servir de
ceñidor.
Habríamos de estar ceñidos con lo que Dios nos había dado
para ir creciendo hacia la plenitud, ceñidos a su
obediencia. Las Escrituras nos dicen que nos ciñamos de
fuerza, de poder
entre otros bienes (Sal.18,32). Pablo dice que estemos
ceñidos con la Verdad (Ef.6,14).
Todos habíamos perdido la Vida en la Verdad, la libertad de
los hijos de Dios, y habíamos quedado esclavos de la
mentira, del pecado (Jn.8,34).
Con
la mentira, el demonio hizo que esta generación se
contaminara de la maldad, pasando a ser una generación
malvada y adúltera, como dice Jesús (Mt.12,39). Y esta
generación que nombra, es toda la humanidad a través de
todos los tiempos. Por esto dice que no pasará esta
generación sin que se cumpla todo cuanto Él ha dicho
(Mt.24,34).
Todos habíamos pecado, todos hemos entrado en un estado de
tinieblas, que podemos compararlo como cuando vamos
conduciendo y aparece la niebla; entonces usamos los faros
antiniebla que nos ayudan a pasar ese trayecto hasta llegar
a la zona nítida. Así hay para nuestras almas una Luz
poderosa, la Luz de Cristo, que nos ayuda a pasar este
trayecto de neblina en el que nos encontramos y sean
levantados nuestros espíritus a la verdadera Vida. Y la Luz
de Cristo es tan potente, que podemos ver con claridad
aunque en nuestro entorno se ciernan las tinieblas. Valga
esta llamada:
Como la niebla tu rebeldía disipé,
como una nube tus pecados he borrado.
Vuélvete a mí, yo te rescaté.
(Is.44,22)
Nos habíamos
precipitado en
la primera muerte, la del pecado, de la que podemos
resucitar en Cristo (que es la primera resurrección) si lo
aceptamos como nuestro único Salvador, nuestro único Señor,
porque de la segunda Muerte se nos advierte en el
Apocalipsis que nadie podrá resucitar (Ap.20,6). Las
Escrituras no hablan de una segunda resurrección.
Pero aún hoy
tenemos la gracia de poder resucitar. Por esto, Jesús dice
que la Palabra nos resucita. Él, que es la Palabra que mora
en nosotros, dice: “Yo soy la resurrección y la Vida”
(Jn.11,25).
Él nos toma de
su mano y nos resucita de las tinieblas a las que nos llevó
nuestra desobediencia, y siempre nos está llamando aunque lo
ignoremos:
Despierta tú que duermes,
levántate de entre los muertos
y te iluminará Cristo.
(Ef.5,14)
Aunque nosotros hayamos pecado, Dios es fiel.
Él se goza en nosotros (Is.62,5) como
novio con su novia, y llama esposa infiel a quien lo
abandona (Jer.3,20).
Y si
nosotros, como hicimos desde entonces, seguimos pecando, Él
permanece fiel porque no puede negarse a sí mismo
(2Tim.2,13). Él nos espera por su inmenso Amor y
misericordia, para que nos purifiquemos, para que nos
volvamos a Él y seamos fieles como Él es siempre fiel. Así
es la fidelidad de Dios.

Oyeron el ruido de los pasos
de Yahveh Dios
que se paseaba por el jardín
a la hora de la brisa,
y el hombre y su mujer
se ocultaron de la vista de Yahveh Dios
por entre los árboles del jardín.
(Gén.3,8)
El ruido de los pasos es la
proximidad de la Presencia de Dios.
Cuando estábamos confundidos, desde el primer momento, Dios se acercó a
nosotros para ayudarnos, para hacernos ver la Luz. Se acercó
como el Padre bueno, que ve a sus hijos en serios problemas.
Dios nunca nos abandonó sino que a la hora de la brisa se hace
presente. Y esta
hora de la brisa, es el mover del Espíritu
de Dios sobre nosotros, como un viento fresco. Cuando ya
atardecía en nosotros, cuando las tinieblas se cernían sobre
nosotros, antes de que nos sobreviniera la noche, la
oscuridad total y cayéramos al abismo, se acercó tra-
yendo a nosotros la Luz de su Presencia, como la
brisa
de la mañana, para que viéramos la realidad de
nuestra situación. Sobre el atardecer que nos sobrevino por
el pecado, nos trajo
la brisa
de la mañana, del día nuevo para nosotros, como vamos a ver
en el primer día de la creación.
Quiere
esto hacernos ver que Él también hoy nos trae su Luz. Así
podemos ver detallado simbólicamente para nuestra vida
espiritual, que desde el primer día de la creación la Luz se
hizo, y que Dios en el cuarto día crea luceros en el cielo
para apartar el día de la noche: no nos llega la oscuridad
total.
Habíamos comido
“del árbol de la ciencia del bien y del mal”, nos habíamos
envenenado al comer de él. Y aquí, por ejemplo, quien se
haya envenenado por comer algo no se le quita comiendo otros
alimentos “gustosos”, sino que ha de limpiarse del veneno, y
recibir la
medicina adecuada.
Y
en este relato vemos que no fuimos por la medicina, que
sería reconocer nuestra culpa y así quedar limpios, sino que
tratamos de disimular escondiéndonos.
Y el hombre y la mujer se ocultaron a la vista de Yahveh
Dios por entre los árboles del jardín.
Pero nosotros, despojados y en aquella confusión, no veíamos qué hacer ni
lo que nos ocurría. Quisimos
disimularlo mezclándonos con lo bueno, así que intentamos,
como si no nos hubiese pasado nada, como si no hubiésemos
hecho nada malo, volver a estar
entre los
árboles del jardín “deleitosos y buenos para
comer”, entre los árboles de los que sí podíamos
alimentarnos. Es la misma actitud que aún hoy toman muchos
para acallar sus conciencias ante sus errores, sus pecados:
hacer luego cosas buenas para tranquilizarse, sin haberse
arrepentido ni cambiado su actitud.
Para estar en amistad con Dios, hemos
de acogernos a su gracia, que nos concedió la sabiduría para
reconocer nuestra culpa, arrepentirnos, cambiar nuestra
actitud y erradicarla, porque es Cristo únicamente quién nos
justifica ante Dios. No podemos por nosotros mismos
justificarnos, ni sirve ante Dios disculparnos como hicimos
en este primer pecado, sino reconocerlo porque desde que lo
reconocemos nos arrepentimos, y ya estamos perdonados y en
amistad con Dios. Es el Espíritu Santo el que nos trae la
convicción de pecado (Jn.16,8). Así es cuando las obras
buenas son agradables a Dios. Esta es la gracia que Dios nos
ha concedido y hoy tenemos.
El
hombre en sus tinieblas se esconde de Dios, pero Dios por su
gran misericordia se acerca y le habla para que el hombre
reaccione. Y hoy sigue interrogando, aún a los más alejados.
La conciencia está en todo hombre.

Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo:
“¿Dónde estás?”
Éste contestó: “Te oí andar por el
jardín
y tuve miedo, porque estoy desnudo;
por eso me escondí”.
Él replicó:
“¿Quién te ha hecho ver que estabas
desnudo?
¿Has comido acaso del árbol
que te prohibí comer?”
(Gén.3,9-11)
Dios
se acerca a hablar con el hombre, su voz se hace oír.
Yahveh Dios
llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?”
Dios necesitaba
que el hombre se lo dijera, pues Él todo lo conoce, sino que
Dios pregunta para que el hombre se dé cuenta de su estado,
de su caída, y pida ayuda a su creador.
Éste contestó: “Te oí andar por el jardín y tuve miedo,
porque estoy desnudo; por eso me escondí”.
El hombre
envuelto en tinieblas tiene miedo de ver la Verdad, y rehuyó
encontrarse con Dios. Pero Dios se hace presente, busca al
hombre; y ante la Presencia de Dios el hombre descubre todas
sus carencias, se da cuenta de que había perdido todos los
bienes que Dios le había dado.
¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo?
Es
Dios quien nos hizo saber que estábamos desnudos. El demonio
no hace ver la Verdad sino que ciega, nos quiso llevar al
abismo, nos envolvió en las tinieblas.
Y
vuelve a preguntar Dios, como Padre bueno que intenta que
sus hijos reconozcan sus faltas, para derramar su perdón y
su gracia sobre ellos:
¿Has
comido acaso del árbol que te prohibí comer?
Dios
sabía lo que habíamos hecho; pero al preguntar, lo que
quería era que nos diéramos cuenta de nuestra situación, de
nuestro error. Pero no lo entendíamos porque estábamos entre
las tinieblas, envueltos en el sabor del pecado, y tratamos
de disculparnos. Sigue siendo hoy la situación de todo aquél
que no busca la Verdad en Dios sino que trata de
justificarse ante sí mismo.

Dijo el hombre:
“La mujer que me diste por compañera
me dio del árbol y comí”.
Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer:
“¿Por qué lo has hecho?”
Y la mujer contestó:
“La serpiente me sedujo y comí”.
(Gén.3,12-13)
No reconocimos nuestra culpa, que sería percatarnos de
nuestra desobediencia y de nuestra situación de tinieblas,
porque las mismas tinieblas nos impidieron ver. Ambos no
reconocíamos
nuestras culpas y tratamos de disculparnos achacando la
responsabilidad el uno al otro, los unos a los otros, como
aún seguimos haciendo para disculparnos y no reconocer la
maldad que nos ha movido al pecado o al error. Y del estado
de bendición, de felicidad, caímos en un estado de maldición
del que Dios también nos advierte en los versículos
siguientes.
Dios Padre nos
quiere hacer ver la Luz con su Presencia, dialogando con
nosotros desde el primer momento. En cambio nosotros, ya
envueltos en las tinieblas, no pudimos estimar su Amor y
misericordia al acercarse a nosotros. Y tratamos de salir de
la situación, disculpándonos. Pero Dios Padre no cesó de
buscarnos para levantarnos de la confusión en la que
habíamos caído.
Veremos en los
siguientes versículos que antes de comunicarnos las
consecuencias de nuestra errada decisión, de la situación en
la que estábamos, nos da la esperanza para salir de las
tinieblas, nos da a conocer que se ha hecho la Luz para
nosotros, anunciando la promesa para nuestra salvación. Y
luego, nos hace percatarnos de los males que nos
sobrevinieron por las tinieblas que elegimos, como veremos
también en el tema siguiente.
Dios comienza
desde ese mismo instante a poner orden en aquel caos para
que viéramos que hay una separación entre lo bueno y lo
malo, llamando maldito a lo malo, como vamos a leer a
continuación. Y por su gran Amor nos prepara el Camino que
nos hará salir de las tinieblas, enviando la Luz al mundo,
que alumbra nuestro regreso a Él. La Luz es Cristo. El
Camino es Cristo.




