














Y
dijo Dios:
“Hagamos al ser humano a nuestra imagen,
como semejanza nuestra
y
mande en los peces del mar
y
en las aves de los cielos,
y
en las bestias y en todas las alimañas terrestres,
y
en todas las sierpes que serpean por la tierra”.
Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya,
a
imagen de Dios le creó,
varón y hembra los creó.
Y
los bendijo Dios y les dijo:
“Sed fecundos y multiplicaos
y
henchid la tierra y sometedla;
mandad en los peces del mar
y
en las aves de los cielos
y
en todo animal que serpea sobre la tierra”.
Dijo Dios:
“Ved que os he dado toda hierba de semilla
que
existe sobre la haz de la tierra,
así
como todo árbol que lleva fruto de semilla;
para vosotros será de alimento”.
“Y
a todo animal terrestre
y a
toda ave de los cielos
y a
toda sierpe de sobre la tierra,
animada de vida,
toda la hierba verde les doy de alimento”.
Y
así fue.
Vio
Dios cuanto había hecho
y
todo estaba muy bien.
Y
atardeció y amaneció: día sexto.
(Gén.1,24-30)
Dios
que se compadeció de nosotros, nos da ahora (conforme nos
dicen estos versículos y los que siguen) esta forma de vida
terrenal, este peregrinaje en el que nos encontramos, para
que recuperemos ayudados por su gracia, nuestra verdadera
Vida, nuestra verdadera Patria, porque nuestra verdadera
patria no es la tierra en la que habitamos, sino que nuestra
auténtica ciudadanía es el cielo. Cada uno es de donde nació
(Flp.3,20). Allí fuimos creados, en el jardín de Edén, allí
habíamos nacido, como seres espirituales.
Abrahám añoraba la Patria celestial, y se sentía como
extranjero porque aspiraba “la ciudad que tiene los
fundamentos cuyo arquitecto es Dios” (Hb.11,10).
El hombre aquí
no se siente completamente feliz en esta vida terrenal, sino
que nuestro ser aspira nuestra verdadera patria: “una patria
mejor, la celestial”. Somos aquí “peregrinos, extranjeros
sobre la tierra” (Hb.11,13-16).
Ahora en este
Tema VI veremos cómo Dios va a ir dando a todos aquellos
seres caídos en la confusión del pecado, que éramos todos
nosotros, cuanto precisamos para que podamos recobrar los
bienes perdidos y recuperar, por su gracia, nuestra
verdadera ciudadanía celestial. Y comienza infundiéndole al
hombre su imagen y semejanza, para que aspire a ser en cuanto Él
Es.
Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza
nuestra.
El ser humano ha sido
creado a imagen
de Dios como reflejo de lo que Él Es: reflejo del Amor, de
la Verdad, de la Vida, del poder…
Esta
imagen y
semejanza no es en el cuerpo pues Dios no es
cuerpo material. Así que creó nuestra realidad humana, para
lo que nos da un alma y con su gracia comencemos
el camino de retorno a la Vida eterna.
Recordemos que hoy el ser humano
es un espíritu que tiene un alma, (1Tes.5,23) y que está en
un cuerpo material mientras está aquí (1Cor.3,16). Nuestro
espíritu había perdido la identidad con Dios porque se había
alejado de Él por el pecado, y es entonces cuando Dios le
infunde el alma, la que le da la
imagen y semejanza con su Creador para levantarlo del
polvo, de la nada.
La semejanza se nos da
por “el aliento de Vida de Dios”. Y el cuerpo, como medio
para permanecer aquí en este estado, y para que por medio de
él diferenciemos mejor nuestra realidad espiritual. A través
del cuerpo, de su estructura y funcionamiento, podemos
conocer más lo que en verdad somos.
Que nuestros
espíritus caídos por desobediencia en las tinieblas, van a
recibir “el aliento de Dios” el alma que infundió en
cada uno de nosotros para llevarnos a la resurrección, lo
vamos a ver luego en el “Segundo Relato de la Creación del
Hombre” (Gén.2,7).
Y es a este
hombre, imagen
y semejanza de Dios, al que le concede su
creador el dominio sobre todo lo creado. Nada puede sobre el
hombre cuando el hombre vive en Dios:
Y mande en los peces del mar y en las aves de los
cielos, y en todas las bestias y en todas las alimañas
terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la
tierra.
Dentro de la
lectura espiritual que estamos siguiendo sobre todo lo
creado, y el simbolismo que hemos visto sobre los seres
creados, veamos también que el dominio está sobre todo lo
que se refiere a la Vida de nuestras almas. Nada de lo que
nos rodea, nada que pueda llegar a nosotros, tiene poder
sobre nosotros. Dios da al hombre las armas que precisa en
esta lucha en la que estamos inmersos (Ef.6,10-18).
Pero este poder
y autoridad que Dios da al hombre para que sea vencedor en
esta lucha, lo puede perder y ser entonces él mismo dominado
por cuanto él habría de dominar.
Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen
de Dios lo creó, varón y hembra los creó.
Habíamos visto
que Dios nos creó y nos colocó en el jardín de Edén.
Entonces éramos sólo seres espirituales, que luego
abandonamos a Dios por la desobediencia y perdimos la Vida
en Él. Antes de este momento no éramos
varones o
hembras, porque el espíritu no contiene esta
diferencia que es natural, meramente humana.
Es ahora en este
versículo cuando se nos dice que Dios nos dio esta vida
terrenal como seres humanos, y es cuando se nos llama
varón y hembra.
Nos da Dios esta vida como gracia para recuperar la Vida en
Él, como hemos visto ya.
Creó Dios al
ser humano
(a la humanidad entera) y al crearlo en su condición
humana, concibió señalar una diferencia que nos hiciera ver
que ambos transgredimos de distinta forma el mandamiento de
Dios. Ésa es la
diferencia entre
varón y hembra, entre todos los seres que
formamos esta humanidad. El
ser humano
es, varón
y hembra.
Y
el ser humano (tanto los seres que se acercaron
voluntariamente al árbol prohibido, como los que aceptaron
la invitación de aquéllos) recibe
entonces, según la providencia de Dios que conoce
cuanto necesita cada uno, la condición de
varón y hembra con la que hoy nos conocemos, ambos con
sus dones inherentes.
Pero todos a
imagen y semejanza de Dios, todos hermanos en
Cristo.
Y los bendijo Dios y les dijo: “Sed fecundos y
multiplicaos y llenad la tierra y sometedla”.
(Recordemos aquí
que en hebreo los términos Adam que significa hombre
o humanidad, y adama que significa tierra tienen la
misma raíz).
Nosotros somos
esa tierra
que ha de ser fecunda para dar frutos de Vida. Eso es
multiplicarnos. Hemos de llenarnos de la Vida, y
someter en
nosotros todo lo que no es Vida. Tenemos el poder para
vencer todo lo que venga en contra de nuestra salvación,
y de someter nuestra carne, nuestra propia humanidad,
nuestra tierra
seca, para que el alma reviva y el
espíritu sea libertado de las tinieblas que pueden llevarlo
a la Muerte.
Para ello no estamos solos sino que tenemos el poder que
Dios nos ha dado:
“Mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos
y en todo animal que serpea sobre la tierra”.
Tenemos la
autoridad que nos confiere el ser hijos de Dios (Jn.1,12). Y
podemos mandar con poder sobre todo lo que Dios ha puesto
bajo nuestro dominio, que siguiendo también la lectura
espiritual de la creación, vemos que no se limita a la
realidad natural, sino a lo que significa para nuestra vida
espiritual cada uno de los signos que se desprende de todo
lo creado.
Esta autoridad
sobre todo ello, es la autoridad en el espíritu, pues cuando
el ser humano vive en el espíritu tiene poder para
vencer sobre todo. El hombre puede superar su condición
pecadora
incluso aquél que está al nivel ínfimo de los que se
arrastran, como simbolizan
las sierpes
(toda la familia de la serpiente símbolo del
demonio); puede el hombre dominar sus bajos instintos, el
nivel animal de los que están siendo dominados por la carne.
Esto simbolizan los
animales terrestres.
Y puede dominar todo esto, para
entrar en la vida de los creyentes (los peces) y aún elevarse más cerca de Dios (las aves). Un camino a la inversa de cómo fueron
apareciendo los animales en este relato, porque aquél fue un
camino de descenso y éste es el camino de retorno a Dios.
Dios da
autoridad y dominio al hombre teniendo en cuenta la
condición específica de cada uno, a nivel espiritual. Y
también a nivel natural, sobre todos los animales creados,
porque el hombre es superior a todos ellos, conforme hemos
visto en los anteriores días de la creación.
Pero
para superar esa limitación de su naturaleza, el hombre ha
de alimentarse de cuanto Dios le da. El alimento del hombre
es este:
Dijo Dios: “Ved que os he dado toda
hierba de semilla que existe sobre la haz de la tierra, así
como todo árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros
será de alimento”.
Toda hierba simboliza todo lo humilde y sencillo.
Dios dice que sea ese nuestro alimento.
Jesús nos dice: “Aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón” (Mt.11,29).
La semilla aquí es el
germen de la Vida en Dios. En la parábola del sembrador
Jesús enseña que la
semilla es la Palabra (Lc.8,11). Dios nos da
la Palabra para todos, y podemos aprender de
los más pequeños como
la hierba, o los más crecidos como
los árboles. Y así unos y otros podemos ser instrumentos
por los que la Verdad sea sembrada y alimente a los demás.
Su Palabra
alimenta a todo el que la come, a todo el que la vive.
“Y a todo animal terrestre y a toda ave de los cielos y
a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida, toda la
hierba verde les doy de alimento”.
No excluye del
alimento a ninguno
de los seres
creados en el quinto y sexto día. Del significado
simbólico es de lo que estamos tratando y que ya hemos
visto. Lo hemos comparado con nuestra situación, actitud y
comportamiento como seres humanos en el orden espiritual. A
todos, en este
sentido espiritual, nos da Dios la
semilla
de la Palabra que alimenta, fortalece, y hace crecer
nuestras almas hacia Él, y así conservar la Vida que nos
lleva a la salvación.
Incluso
los animales
terrestres, símbolo de los que no buscan a Dios,
sino que miran siempre el suelo “que el hombre hizo maldito
por su causa”, también éstos pueden alimentarse de
la semilla de la Palabra, para levantarse y resucitar en
Cristo. Él vino a salvarnos a todos, hasta
toda sierpe.
Y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida,
toda la hierba verde les doy de alimento.
Pero añade:
Animada de
vida. Eso no lo dice de los otros animales. Y es
porque éstos simbolizan a los hombres que están negados
totalmente a recibir la Vida, están a ras del suelo, el
nivel más bajo, como la serpiente, pero pueden recobrar la
Vida.
Hemos de
observar aquí en este versículo, que según hemos visto ya,
estas sierpes simbolizan a los que están abiertamente en
contra de Dios, los que están al otro lado del río Éufrates
(Gén.2,14). Porque la serpiente es símbolo del demonio. Pero
al decir a toda
sierpe animada de vida, no se está refiriendo a
los demonios, sino a los que recibieron “el aliento de
Vida”, el alma, es decir, simbólicamente a los hombres que
aunque estén tan alejados, Dios respeta su libertad y espera
para que se vuelvan a Él. Así es, que entonces
también a ellos Dios les da el alimento.
Cristo vino a
darnos la Palabra a todos, y todos
podemos ser salvados. La decisión es personal.
Y así fue.
Todo cuanto la
Palabra dice siempre se cumple, y los hombres reciben el
alimento.
Vio
Dios cuanto había hecho y todo estaba muy bien.
En los otros
días Dios vio que
estaba bien. Ahora en este sexto día dice
que estaba muy
bien. Todo lo creado para dar Luz al hombre,
está completo. Es la culminación de una obra perfecta,
creada para nosotros.
Y el hombre
puede dominar sobre todo lo que Dios puso aquí como medio
para ver la Luz, volverse a Dios, y ser resucitado. Pero aún
así muchos no han visto, y necesitan resucitar a la Vida.
Por eso también se dice en este día:
Y
atardeció y amaneció: día sexto.