¡Cayó La Gran Babilonia!

¡Salid de Ella Pueblo Mío!

Luego
oí otra voz que decía desde el cielo: “Salid de ella, pueblo
mío, no sea que os hagáis cómplices de sus pecados y os
alcancen sus plagas. Porque sus pecados se han amontonado
hasta el cielo y Dios se ha acordado de sus iniquidades”
(Ap.18, 4-5).
El
que permanece en la "Ramera" se hace
cómplice de sus
pecados. Por ello Dios nos dice que salgamos de ella. No de la Iglesia. (En el “Significado de la Otra Bestia” pág. 169
se habla de la diferencia entre Iglesia y “Ramera”).
Dios siempre es Amor y nos da su Verdad. Hay una llamada de
Amor al pueblo de Dios: que deje para siempre de ser en la
"Ramera" porque todo el que
permanezca en ella, es
cómplice y recibe
lo mismo que ella recibe: su perdición, sus plagas
(Ap.16,2).
Muchos verán
la Verdad porque vuelven
sus ojos a Dios y ven al Dios Vivo, viven la gracia
de sentirse realmente en Dios. La “Luz poderosa de este
ángel que ilumina toda la tierra”, cumple así su cometido
(Ap.18,1).
Dadle
como ella ha dado, dobladle la medida conforme a sus obras,
en la copa que ella preparó preparadle el doble, en
proporción a su jactancia y a su lujo dadle tormentos y
llantos (Ap.18,
6).
Al ejecutarse la justicia de Dios, recibe el doble: sufrirá
por sus propios pecados pero además por todos aquéllos que
se perdieron por su causa. Ahora recibe
tormentos y llantos,
lo que no había esperado nunca, descansada en su propia
seguridad, en creerse poseedora de la Verdad. El Señor nos
dice que escrito estaba, desde la visión que tuvo el
evangelista que escribió el Apocalipsis, y que ella no había
entendido aún que se trataba de ella misma.
El
lujo
que ostentan es creerse con esa riqueza espiritual y de ello
hacen
ostentación, como los satisfechos de la iglesia de Laodicea
(Ap. 3,14-22).
Aquí nos dice el Señor cómo
paseaba delante de todos sus lujos materiales, ante
los que carecen de lo más necesario, y que sus pecados eran
vistos por todos ellos, pero que ninguno de ellos los
denunciaba. Todos acataban todo lo que venía de ella.
Y a los de fuera o no les importaba, o callaban
porque le era favorable a sus conveniencias. Así que todos
ellos vivían en complicidad y ella se sentía segura:
Pues dice en su
corazón: Estoy sentada como reina, y no soy viuda y no he de
conocer el llanto (Ap. 18,7).
Como reina, porque
dominaba sobre todos, sentada sobre
la Bestia
descrita en el capítulo XVII. Y no se sentía
viuda porque se
creía la esposa del Cordero. Siendo así en verdad, nunca
sería viuda. Pero
el Señor nos ha hecho ver en todos estos signos que no ha
sido en Él, porque había prostituido la Verdad y la verdadera Vida
en Dios, y su propia confusión la ha llevado a su final. Un
final rápido y doloroso:
Por
eso, en un solo día llegarán sus plagas: peste, llanto y
hambre, y será consumida por el fuego. Porque poderoso es el
Señor Dios que la ha condenado (Ap.18, 8).
El
llanto por no ser
ya;
ha visto que es viuda,
que no es la esposa del Cordero.
El
hambre de Amor
porque
se
siente vacía, envuelta en su propia confusión pues al
hacerse la Luz, ya se ve por todos
abandonada.
La
peste es el hedor de todos sus pecados.
Todo eso que recibe es lo que la consume, y ya deja de ser
para siempre. Es
la Luz
poderosa del ángel que iluminó toda la tierra, como se
anunció al principio de este capítulo.
Sigue una
llamada maravillosa de Amor a los que se han dado cuenta de
que el Camino no es en la "Ramera," y en este día se han
salvado y Dios los abraza.




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